Querido Lucas: Me dice mi mujer que te escriba ya, que no lo deje para más adelante. Tiene toda la razón. Yo no tengo nada que objetar. No se me ocurre hacerlo casi nunca y cuando lo hago siempre vuelvo a hacer el propósito de no repetir la experiencia. Me pides que te hable de la intuición de María. Algo de eso sé. Lo que tengo que contarte sucedió en un período muy concreto de nuestras vidas, hace ya bastante tiempo, pero era para nosotros un momento de los más importantes: el día de nuestra boda. Lo habíamos soñado durante tanto tiempo. Mi novia, hoy mi mujer, y yo estábamos disfrutando de esas primeras horas de esposos con toda nuestra familia. Yo no podía creer que todo fuera realidad. La mujer que siempre había deseado era mi esposa y la veía feliz y guapísima, entusiasmada con que yo fuera su marido. Entre los invitados de la boda estaba María, la madre de Jesús. Ella nos ha cuidado desde el primer momento como si fuera nuestra madre. Le dio a mi esposa un montón de paz en los preparativos e incluso le dejó algún vestido precioso, muy sencillo, pero digno de una Reina. Su intervención aquel día arregló lo que podría haber sido un fracaso tremendo. Intuyó lo que pasaba antes que nadie. Se nos había acabado el vino por mi culpa, aunque nunca lo he llegado a reconocer. Era un auténtico desastre y no había forma de solucionarlo. Le eché tímidamente la culpa a mi mujer. Le dije que me tenía que haber avisado antes, pero ni yo mismo creía mis palabras. Le ataqué, como suelo hacer cuando me siento acorralado, y le dije que ella debía cargar con la responsabilidad y arreglarlo. Vi su cara de desesperación, aunque no me reprochaba nada. Eso me rindió y admití que no tenía ni idea de qué podíamos hacer. Entonces mi mirada se cruzó con la de María, que se hizo cargo de lo que pasaba en un instante. Se acercó a ella y le hizo un gesto con la mano para que le dejara actuar. Susurró algo al oído de Jesús y empezó el «baile». Los criados salieron de la sala y regresaron muy pronto con unas tinajas. Yo no entendía nada. Iba a pararles para que no llevaran el agua por ahí. Me parecía una vergüenza que ofreciéramos agua en lugar de vino. Entonces María me puso su mano en mi hombro y me dijo: Tranquilo, Jesús se encarga. Ya verás qué maravilla. Déjale a él y disfruta. Y de repente me llegó el aroma de un vino añejo, con poso, un buen reserva. Fue como un momento de paz en medio de la angustia. Vi como el encargado tomaba un vaso y lo llenaba de un vino de color intenso. Lo probó y le cambió el aspecto de la cara. Se dibujó en su rostro una sonrisa de satisfacción y se abalanzó sobre mí para abrazarme mientras me felicitaba por el vino: «Qué bribón, te lo tenías guardado para el final, eh?». No entendía nada. Miré a mi mujer y ella parecía encantada. Tampoco en ese momento me reprochó nada, ni me hizo ver lo idiota que yo había sido. Sin embargo, yo lo entendí perfectamente. Ella estaba entusiasmada mirando a María. María era así. Nadie le había dicho nada pero ella lo sabía. Para ella, ese detalle, era más importante todavía que para nosotros. Era su vida. Con el tiempo hemos sabido que tuvo que convencer a Jesús. Así son las madres y así es mi mujer. Qué buena maestra ha tenido. Hoy es el día en que se repite continuamente la escena. Yo la lío, no llego a tiempo, provoco desastres y ella siempre llega antes, sin que nadie se dé cuenta. Muchas veces ni yo llego a descubrir que he vuelto a meter la pata. Ella no me lo restriega. Esta ahí para solucionar, para dar paz, para quitar hierro, para intuir lo que necesito, para quererme como soy. Bueno Lucas, he acabado hablando de mi mujer pero es que no sabes cómo agradezco que María y ella fueran tan amigas. Se han hecho inseparables y mi mujer disfruta aprendiendo de María cómo ser esposa y madre. Yo, como siempre, soy el gran beneficiado. ¿Qué he hecho para tener no uno, sino dos ángeles como ellas cuidando de mi? Gracias mil por todo lo que estás haciendo. No es fácil escribir sobre María. Seguro que te quedas corto, pero no te preocupes, la imaginación y el cariño harán el resto. Un abrazo muy fuerte y gracias de nuevo, Jacob