Celebramos la obra sacerdotal de Cristo, su Misterio Pascual en favor de los hombres, realizado una vez y para siempre. Cristo tiene el Sacerdocio que no pasa. Con esta fiesta se pone de manifiesto que el Señor por su misericordia ha querido hacernos partícipes de su Sacerdocio Único y Real. San Juan Pablo II, en el documento “Ecclesia de Eucharistia” señala que “el Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada”. (...) “De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad”.
La fiesta de Jesucristo sumo y eterno sacerdote se celebra el jueves siguiente a la fiesta de Pentecostés. Además de ser pedir especialmente por la santidad de los sacerdotes, es una buena ocasión para rezar también por la santidad de todo el pueblo cristiano. Si hay familias que educan a los hijos en el amor de Dios, con su ejemplo de vida cristiana; si hay hombres y mujeres que buscan seriamente a Jesucristo en las circunstancias de la existencia ordinaria, habrá muchos jóvenes que se sentirán llamados por el Señor al sacerdocio ministerial.
http://www.arguments.es/wp-content/uploads/santo-de-hoy/2022/06/sacerdote-174x300.jpeg" alt="" width="400" height="690" />Aunque en algunos misales de principios del siglo XX ya se encontraba la Misa de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, esta festividad, de origen español, obtuvo la aprobación de la Santa Sede en 1971. Comenzó a ser festividad litúrgica el 22 de agosto de 1973 gracias al esfuerzo de D. José María García Lahiguera, Arzobispo de Valencia, fijando su celebración en el jueves siguiente a la solemnidad de Pentecostés. Fue incluida en el calendario litúrgico en 1974. En 1996, San Juan Pablo II, agregó los textos de la Liturgia de las Horas, que habían sido enviados desde Madrid Antes de Jesús, en el Antiguo Testamento, el pueblo hebreo tenía un sacerdocio válido, elegido por Dios, para ofrecer sacrificios a Él por los pecados de los hombres, y entre ellos, los pecados de los mismos sacerdotes. Jesús fue elegido por Dios para ser el único y sumo sacerdote que no ofrece el sacrificio por sí mismo, pues Él en todo se parece a nosotros los humanos, menos en el pecado, sino que lo ofrece una sola vez por todos los hombres de todos los tiempos. Eso es lo que celebramos hoy. En el sacerdocio de Jesús encuentra su plenitud todo sacerdocio humano, aún el de los paganos, que ofrece sacrificios insuficientes para conseguir el perdón de los pecados. En el sacrificio único de Jesús en la cruz, realizado por amor a los hombres, encuentra plenitud todo intento humano por conseguir el perdón de los pecados, porque es el sacrificio eficaz, puro y santo, agradable a Dios, por ello celebramos la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. El agrado de Dios no es por la muerte de su Hijo, sino por el amor sacrificado de su Hijo. En Él y por Él nos da la salvación.
En la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, también recordamos que por el Bautismo somos incorporados al Cuerpo de Cristo y con Él constituimos un pueblo sacerdotal, profético y real. Cuando celebramos la Santa Misa, es Cristo quien la celebra, y nosotros con Él seguimos ofreciendo al Padre el sacrificio único por los pecados de los hombres. La Misa es el memorial de la muerte y resurrección de Jesús. El pueblo de Dios, todo, es el que ofrece al Padre el santo sacrificio cada vez que se celebra una Misa en cualquier rincón del mundo.
Todos los cristianos tenemos alma sacerdotal por el hecho de estar bautizados, estamos configurados con Cristo y recibimos el sacerdocio común, participación del único sacerdocio de Jesucristo. "Si actúas –vives y trabajas– cara a Dios, por razones de amor y de servicio, con alma sacerdotal, aunque no seas sacerdote, toda tu acción cobra un genuino sentido sobrenatural, que mantiene unida tu vida entera a la fuente de todas las gracias", San Josemaría. El “alma sacerdotal”, decía el beato Álvaro del Portillo, significa tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús, sumo y eterno Sacerdote: afán de almas; un deseo ardiente de unir todas las acciones al Sacrificio de Cristo para la salvación del mundo; buscar la mortificación y la penitencia, sabiendo que tener la Cruz, es tener la alegría: ¡es tenerte a Ti, Señor! Jesucristo, sacerdote eterno, se ofrece a sí mismo por amor a su Padre para nuestra salvación. Cristo nos da el máximo ejemplo de qué es un alma sacerdotal, toda orientada a cumplir la voluntad de su Padre. Tener los sentimientos de Jesús es aspirar a lo que desea, compartir su vida, sus intenciones. Gracias a la vida sacramental, participamos en la cruz y en la resurrección del Señor, se transforma nuestra vida porque llegamos a la unión con Dios, y somos protagonistas de la Nueva Evangelización.
Cuando Jesús instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y resurrección, instituyó también el Orden Sacerdotal para poder celebrar la Eucaristía en memoria suya. Por la imposición de las manos los sacerdotes presbíteros y obispos reciben ese ministerio como una especial participación en el sacerdocio único de Cristo, que los hace presidir a la asamblea litúrgica “en la persona de Cristo”. El pueblo sacerdotal, con su sacerdocio real, presidido por el sacerdote ministro en el nombre de Cristo, ofrece al Padre el sacrificio único de Jesús en la cruz. Sigue siendo Jesús el que celebra y nosotros con Él. Por el sacerdocio ministerial, los sacerdotes son configurados con Cristo y actúan en los sacramentos –de modo eminente, en la celebración de la Eucaristía– in persona Christi capitis Ecclesiae, en la persona de Cristo cabeza de la Iglesia: en el nombre de Cristo y de su Iglesia. El orden sagrado está al servicio del sacerdocio común. El Santo Cura de Ars decía que "el sacerdocio es el amor del corazón de Jesús". "Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra... ¿De que nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del Cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes... El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros".
“Este es el sacramento de nuestra fe”, dice el sacerdote después de la consagración. “Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección, ven Señor, Jesús”, contesta la asamblea del pueblo de Dios. Eso es la Misa, nuestra Misa, celebrada con esa misma fe domingo a domingo y día a día, la Iglesia presente entre las casas de los hombres. Cada vez que asistimos a Misa, nos unimos a Cristo y a la Iglesia en el acto de culto más perfecto que puede haber. La Misa es hacer presente nuestra salvación en nuestro aquí y en nuestro ahora. Por eso la Misa es el centro y la raíz de la vida cristiana y la expresión más plena de nuestro ser Iglesia. Por algo la Iglesia nos pide a los católicos, el asistir todos los domingos a la Santa Misa, como para involucrarnos en cuerpo y alma en ese maravilloso y supremo acto de la redención del mundo. La asistencia a Misa en familia es parte de una sana tradición que no podemos dejar perder, y toca a los padres de familia, mientras sus hijos son todavía niños, ayudarles a vivir la Misa como algo vivo y no tan sólo como un acontecimiento o una celebración social. No asistamos a “oír” Misa, participemos activamente en ella y pidamos por nuestros sacerdotes, para que la celebren siempre con la dignidad que merece el sacrificio santo de Cristo, de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
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Una iniciativa para rezar por los sacerdotes. https://www.arguments.es/comunicarlafe/adopta-a-un-sacerdote/