Uno de los mandamientos de la Iglesia es el de oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar. Este mandamiento se “cumple” cuando se participa en la Misa desde el principio (“En el nombre del Padre…”) hasta el final (“Demos gracias a Dios”). Sin embargo, para que no sea un “cumpli-miento” vano y vacío, es necesario prepararse antes de la celebración y quedarse después para agradecer el gran don que acabamos de recibir, para asumirlo mejor, para vivirlo mejor. https://www.arguments.es/liturgia/cuales-son-los-5-mandamientos-de-la-iglesia/
Llegar con un buen rato de antelación a la iglesia para la celebración permite prepararse para celebrarla con todo el corazón, alma y ser. Podemos serenarnos y poner el alma en sintonía con Dios, empezando a abrir nuestro corazón y nuestra vida al Señor para que la celebración eucarística pase por ella. El sonido de la campana nos indica que el sacerdote sale de la sacristía y comienza la celebración de la Eucaristía. A su salida la asamblea se pone en pie y se entona el canto de entrada. No es ni un mero gesto ni un canto cualquiera. El ponernos en pie es un signo de respeto, de reverencia. Con este gesto mostramos que somos una asamblea reunida por el Señor para dar culto. Al ponernos en pie mostramos que somos el Pueblo de Dios reunido por Él y dispuestos a darle el culto que merece. En este gesto resuena aquella maravillosa cita de la Sagrada Escritura: “Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra salvación”.
La procesión de entrada es otro gesto muy evocador. Remarca el carácter peregrinante de la asamblea, de la Iglesia de la tierra que peregrina hacia la verdadera patria, el cielo. Esta procesión, en la que estamos en pie, introduce a la comunidad terrena en la comunidad del cielo, nos lleva del altar de la tierra al Altar del cielo.
El canto de entrada, que acompaña a la procesión, tiene un carácter de preparación e introducción en el espíritu del misterio y tiempo a celebrar. Este canto une las distintas y propias voces de cada fiel en una sola que se dirige a Dios, y une, sobre todo las distintas voces del corazón para formar un solo coro en el Espíritu que eleva a Dios un canto agradable. El canto de entrada tiene la virtud de poner, la gran mayoría de las veces, letra a los sentimientos que llevamos en el corazón y con los que nos predisponemos a adentrarnos en el misterio de la celebración. Este canto de entrada, entonado en la procesión, y puestos en pie, evoca que “somos un pueblo que camina, y juntos caminando podremos alcanzar” nuestra Patria del cielo. Remarca la pertenencia a la comunidad donde “juntos vamos caminando al encuentro del Señor”.
Como hemos podido ir viendo, para poder cumplir el espíritu del mandamiento y no la letra, hemos de llegar un rato antes y para poder poner nuestro corazón, alma y ser en el misterio a celebrar. Llegando antes podremos introducirnos paulatina y simbólicamente en la Jerusalén del cielo, sentir esa alegría de aquel que sube al Templo y empieza a pisar sus umbrales.
Participar en la gestualidad de la comunidad y en sus cantos nos ayuda también a penetrar y asimilar el espíritu de este mandamiento. Este inmenso bien de la celebración eucarística se protege con una ley, con un mandamiento, con lo que lo importante es el bien que hay detrás protegido y no el mero “cumpli-miento” de la ley. Adorar, por tanto, en espíritu y verdad.