">https://www.arguments.es/wp-content/uploads/comunicarlafe/2014/09/confesando.png">VALDEBEBAS Desde primera hora de la mañana del sábado 27 de septiembre, más de doscientos mil fieles comenzaban a colorear, poco a poco, las frías calles, aún sin edificar de las afueras de Valdebebas (Madrid). Allí tendría lugar la beatificación de D. Álvaro del Portillo. En pocas horas, lo que no era más que asfalto entre solares se convirtió en lugar de alegría, encuentro, recogimiento y oración. Los más de 3500 voluntarios acogían y acompañaban a cuantos llegaban, resolviendo con paciencia sus dudas e indicándoles hacia dónde debían dirigirse. ALEGRÍA Y ENCUENTRO Alegría por saber que el que sería proclamado beato– el obispo Álvaro del Portillo, primer sucesor del fundador del Opus Dei, como responsable de éste– intercede desde el cielo por todos. Alegría por el reencuentro inesperado entre amigos y familiares y la alegría de sentirse Iglesia con miles de personas de todos los rincones de la tierra. RECOGIMIENTO Y ORACIÓN La alegría, se fundía armoniosamente con el sosiego, el recogimiento y la oración. Las trece capillas instaladas eran algunos puntos clave de encuentro con el Señor, pero no los únicos. Cualquier rincón era bueno para rezar el Santo Rosario, solo, en familia, con los amigos… Muchos sacerdotes, apoyados en una valla o sentados en el suelo, rezaban con su breviario– los más modernos con el teléfono móvil–. Eran especialmente llamativas las colas de personas ante los ochenta confesionarios. Aguardaban para recibir el sacramento de la Reconciliación. Mientras tanto las veintiséis pantallas gigantes mostraban los momentos más representativos de la vida de D. Álvaro del Portillo. Así, pequeños documentales con vídeos a color del que iba a ser proclamado beato introducían a los fieles en la celebración.
Antes de concluir la ceremonia, Mons. Javier Echevaría dio las gracias por la beatificación de su predecesor. Pidió a los presentes “oración diaria, constante, esforzada, por la Persona y las intenciones del Romano Pontífice, por los Obispos y sacerdotes”. Finalmente, el Card. Rouco describió a D. Álvaro como un madrileño de quien “destacaban su bondad, su serenidad y su buen humor.” Ello lo convertía – dijo el Cardenal– en “hombre de comunión, de unión, de amor”. Concluida la beatificación, muchos de los presentes volvieron a sus hogares, varios de ellos no sin antes comer un bocadillo en familia mientras se despedían de aquel lugar tan entrañable. Otros permanecieron en Madrid para asistir a la Eucaristía de Acción de gracias del día siguiente.