Crucifixión del Señor. Matthias Grünewald

21/04/2015 | Por Arguments

https://www.arguments.es/wp-content/uploads/arte/2014/03/grunewaldcrucif1.jpg|https://www.arguments.es/wp-content/uploads/arte/2014/04/865px-Mathis_Gothart_Grünewald_022.jpg' style='height:auto;max-width:500px;width:100%;display:block;margin:auto;object-fit:cover'>
CRUCIFIXIÓN DEL SEÑOR Una vez condenado Jesús, le cargan con la cruz y lo clavan en ella. Significaba una tortura tremenda, propia de los esclavos. El reo moría por asfixia y los dolores resultaban terribles. A Matías Grünewald, pese a ser contemporáneo del Renacimiento, le gusta el estilo gótico, el cual interpreta a su manera. Las figuras son desproporcionadas entre sí, según sea su importancia, siendo más grande la de Jesús que la del resto de personajes; y la más pequeña la de María Magdalena. Grünewald traza a un Jesús dolorido, lleno de llagas, con sus manos contraídas por los clavos. Juan, a nuestra izquierda, apenas puede consolar a la madre del ajusticiado, que se muestra doliente y con una gran angustia. La tradición y los Evangelios hablan de que María permanecía de pie: “stabat”, que es como se dice en latín. Existe una oración litúrgica, cuyas primeras palabras hacen referencia a esa entereza: “stabat mater dolorosa”. Esta secuencia ha inspirado obras musicales en todos los tiempos. El personaje al otro lado, a nuestra derecha, es Juan Bautista, colocado allí de manera anacrónica (había muerto ya), pero con el deseo de Grünewald de señalar quién es la verdadera víctima del sacrificio pascual: Jesús. Así, bajo el cordero hay un cáliz, que recoge la sangre del animal, como para hacer ver, que la sangre no ha sido derramada en vano. Los Evangelios nos cuentan que el cielo se oscureció. Que el velo del templo –que separaba el Santo, del Santo de los Santos– se rasgó de arriba a abajo, como para significar que Dios había abandonado el lugar. Las últimas palabras de Jesús son misteriosas, a la par que admirables. Pide perdón a Dios en favor de los torturadores. También muestra su paradójica esperanza, gritando “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?” (Mateo 27, 46) Los claroscuros de Grünewald y los gestos de los personajes dotan de grandísimo dramatismo a la escena. Sin duda sirvió para consuelo de aquellos que durante años tuvieron acceso a la vista del retablo y pudieron empatizar sus propios dolores con aquella figura sufriente. En esta representación sabemos que Cristo aún vive, pues, no tiene la llaga de la lanzada a la derecha de su pecho.

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