https://www.arguments.es/wp-content/uploads/arte/2014/03/B000b.-Huida-a-Egipto.-Capilla-de-la-Arena.-1304-06.jpg' style='height:auto;max-width:500px;width:100%;display:block;margin:auto;object-fit:cover'>
LA HUÍDA A EGIPTO Tan maravillosos acontecimientos tuvieron su trágica contrapartida. Recordemos que los magos, antes de llegar a Belén, se habían detenido en Jerusalén y habían sido recibidos por el rey Herodes. Este era de origen idumeo y se había hecho coronar rey, como vasallo y con el parabién de Roma. Para congraciarse con el pueblo judío –al cual él no pertenecía– adoptó la religión de Israel aparentemente y además dedicó medios económicos para restaurar y enriquecer el Templo de Jerusalén, lo cual le hizo ganar en prestigio y popularidad. Cuando el rey Herodes recibió a los magos, dice Mateo (2,2) que estos preguntaron, no sin cierta ingenuidad: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Ésta pregunta no estaba exenta de inocencia, pues preguntaban al mismísimo “rey de los judíos”, dónde había nacido el “rey de los judíos”. En definitiva, si la corte del rey Herodes dio alguna credibilidad –aunque sólo fuera por superstición– a los príncipes orientales, está claro que los astrónomos buscaban, respecto de Herodes, a un competidor del trono de Jerusalén. Por ello, la historia continúa: “Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y toda Jerusalén con él”. Pero Herodes era ante todo un político y no podía ni debía enfrentarse a aquellos ilustres viajeros de otros países. Mitad crédulo, mitad asustado, “convocó a los escribas del país y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías”. La pregunta era interesada, puesto que no dejaría Herodes tan fácilmente su poder al primer advenedizo. No era su intención, claramente, dar respuesta sin más a los astrónomos. Los sacerdotes de Jerusalén, que conocían las profecías del Antiguo Testamento, “contestaron: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel’. Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: ‘id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y cuando lo encontréis avisadme, para ir yo también a adorarlo”. Desde un punto de vista político, la maniobra es maquiavélica. Primero cita a los magos “en secreto”, es decir, sin testigos presenciales que pudieran tomar partido en una eventual lucha por el trono contra el recién nacido. Después, aparenta humildad frente a los magos, buscando sólo información. No les acompaña –lo cual podía ser lógico–, pues en el fondo de su corazón no quería ningún rival. Los magos ni lo sospechan. Sin embargo, la narración de Mateo, después de hacer la descripción del encuentro de los reyes con el niño, comentado en el capítulo anterior, añade: “y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino”. Es misterioso este relato. Así, a diferencia del ángel que apareció en sueños a José, lo que reciben es un “oráculo”, quizá algo mucho más inteligible en su modo de pensar oriental y hasta en su propia religión. La política les hace buscar la estratagema diplomática más eficaz: el silencio frente a Herodes. No niegan, simplemente ignoran, con el ánimo de despistar al rey. ¿Qué se proponía éste? La narración prosigue. Los sucesos son vertiginosos, y no es improbable que Herodes hubiese enviado espías tras de los magos. La situación era muy peligrosa para Jesús niño, José y María. Por ello Mateo nos dice: “el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: ‘levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. José se levantó, tomó al niño y a su madre y huyó a Egipto”. No es de extrañar que algo sospechara José tras el encuentro con los magos, los cuales le relataron sus conversaciones en la corte de Herodes, aunque no parece suponer que José se alarmara en exceso. La revelación fue el acicate para actuar de inmediato. Huyó de noche, manera natural de precaución, por un camino infestado por guardias y espías de Herodes. “Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos” (Mateo, 2, 16). Pero la familia había huido justo a tiempo. Egipto era otro país en el que Herodes no tenía ninguna jurisdicción. Eran “refugiados políticos”. Sólo basta imaginarse lo penoso que resultó para la familia ese viaje pues, para ir al país del Nilo, atravesaron el inhóspito desierto del Sinaí, sin que contaran con medios económicos, siendo su destino una tierra desconocida, con otro idioma. Una vez allí, debieron rehacer la vida nuevamente. Quizá sea interesante comparar lo que ocurre con un asilado en un país moderno y su situación de precariedad. Los artistas siempre nos pintan a la familia caminando y a María montada en burro, con el niño en brazos. Puede que fueran todos en cabalgadura, o tal vez a pie, pero la iconografía habitualmente representa así esta escena. Desconocemos quiénes son los otros personajes, pero no era improbable que alguien se les uniera, pues el modo de viajar en aquel tiempo era en caravana, para buscar, gracias al número de viajeros, protección para el eventual peligro en los descampados.