https://www.arguments.es/wp-content/uploads/arte/2014/03/JESÚS.-LA-ÚLTIMA-CENA.jpg' style='height:auto;max-width:500px;width:100%;display:block;margin:auto;object-fit:cover'>
En el centro vemos al Maestro, sobre cuyo pecho, levemente recostado, se encuentra Juan. Jesús, en actitud de bendecir, levanta un trozo de pan. A la derecha del Señor, Pedro. También a la derecha, en primer plano, Judas. Lo sabemos porque lleva la bolsa del dinero. En aquellos tiempos no existía, como es obvio, pan de forma redonda y blanco, sino tostado, más o menos con una superficie parecida a la de una torta. Eso sí, por la costumbre pascual, el alimento debía estar confeccionado sin levadura, lo que se llama “pan ácimo”. Tampoco los discípulos estarían sentados en una mesa con mantel ni habría un rico dorado cáliz ni copas de cristal. El menaje sería posiblemente de barro, vajilla de la gente modesta. Los discípulos, como era costumbre en Israel, comerían recostados en unas esteras. La jarra que aparece en el suelo, delante de nosotros, hace referencia al acto de humildad que hizo el Maestro poco antes. Lavó los pies a sus discípulos, como parte de la purificación previa a la cena de Pascua. Este acto suponía una inmensa estima y cariño desinteresado, pues limpiar los pies constituía tarea propia de esclavos. Sin embargo el Señor ve en ellos personas con inefable dignidad (cfr. Juan 13, 1-15).
Se llama “la Última Cena” porque fue la última colación que Jesús iba a probar con sus discípulos antes de su muerte. Aquí es necesario abrir un paréntesis. Existían algunas personas en Israel, que gozaban de influencia religiosa y política, que fueron enfrentándose paulatinamente al Maestro. Primero porque no consultaba ni trataba con los maestros “oficiales” y además era un Maestro que predicaba por libre. Hay que añadir que se sentían interpelados por los continuos ataques que Jesús hacía a un cumplimiento de las normas meramente ritual y sin contenido. E incluso, en alguna ocasión, el mismo Maestro se había saltado esas mismas normas. Pero su influencia no se detenía y estos individuos poderosos no podían soportar perder prestigio y autoridad ante el pueblo. El suceso del Templo fue la gota que colmó el vaso, pues aunque lo hizo bien, fue sin conocimiento de los poderosos del Templo y así se echaba en cara la dejación de las autoridades. Todo ello supuso que aquellos judíos influyentes decidiesen dar muerte al Maestro, al considerarlo díscolo. Para ello engañaron a un discípulo cercano al Rabbí, (Judas Iscariote), con el fin de que astutamente entregase a Jesús a las autoridades. Judas accedió a cambio de un puñado de monedas. Era ambicioso y, como se encargaba de recaudar las limosnas que la gente de bien daba a Jesús, fue haciéndose corrupto con aquel dinero. Todo lo demás vino como en plano inclinado. Estaba dispuesto a la traición, entre otras cosas, al no captar que el Maestro no quería violencia ninguna y sólo pretendía instaurar un reinado de paz, sin inmiscuirse en política, ni reclutar un ejército contra el invasor romano.
Esta última cena significó algo singular, ya que el mismo Jesús anunció que alguien de los presentes iba a traicionarle. Era la cena de Pascua, la más importante entre las celebraciones de los judíos. La cena tenía establecido ritualmente, como menú, cordero con hierbas amargas, pan sin levadura y vino, recordando de este modo la huída del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, acontecida hacía siglos. Se cantaban salmos de acción de gracias, se bendecían los bienes de la comida, lo cual el Maestro hizo de un modo eminentísimo, como queriendo dejar algo mayor que un mero recuerdo. Quería quedarse él mismo. La emoción se palpaba. El propio Maestro manifestó el amor ardiente que tenía a sus discípulos y los deseos con los que había querido reunirse con ellos aquella noche. Todo estaba cargado de máxima emoción, a la par que en el ambiente se mascaba traición, pena, despedida y, tal vez, muerte. Juan dedica la mayor parte de su evangelio a este episodio. Sin duda, el más relevante que hizo Jesús, junto con su muerte injusta e ignominiosa. Los discípulos estaban con una grandísima congoja. Con gran amor mirarían al Maestro, sin acabar de entender las palabras de aquel hombre maravilloso. Queda reflejado en los rostros de asombro e incertidumbre. Incluso Juan, recostado con afecto en el corazón del Maestro, tiene expresión de tristeza. Entreveía que lo iba a perder y se concienciaba de la trascendencia de este último convite. Solo más adelante los discípulos fueron conscientes de la relevancia que tuvo aquel último banquete todos juntos.