Nunc Dimittis. Anónimo

29/03/2014 | Por Arguments

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CIRCUNCISIÓN. PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO. NUNC DIMITTIS “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús” (Lucas 2, 31), como lo había llamado el ángel antes de su concepción. La ceremonia de la circuncisión se producía ocho días después del parto, y era efectuada por algún anciano o jefe de la sinagoga, en el mismo pueblo donde tenía lugar el nacimiento. Con ello entraba el niño de pleno derecho en el pueblo de Israel. Consistía en una incisión que por higiene, y para facilitar la reproducción llegada la madurez –además, por estar así establecido en la Ley– se hacía a todos los varones en el miembro viril. Lucas 2, 21 y ss. continúa: “Cuando se cumplieron los días de su purificación”(…) (la de María, pues, según la Ley, al dar a luz un niño estaba impura, siendo el plazo para lavar la impureza de cuarenta días) “según la Ley de Moisés lo llevaron [a Jesús] a Jerusalén para presentarlo al Señor. ‘Todo varón primogénito será consagrado al Señor’ y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor, ‘un par de tórtolas o dos pichones.’ Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús y sus padres para cumplir con lo acostumbrado según la Ley, Simeón, lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: ‘ahora Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, (nunc dimittis: ‘ahora, dejas ir’ en latín) porque mis ojos han visto al salvador (…). Había también una profetisa, Ana, (…) de edad muy avanzada (…) presentándose en aquel momento alababa también a Dios y hablaba del niño. La purificación de la madre y la presentación del niño primogénito en el Templo eran normas judías obligatorias (Levítico 12 y Éxodo 13). El primogénito varón de toda familia tenía necesariamente que consagrarse al Señor, salvo que fuera rescatado con un sacrificio en el Templo. Los económicamente pudientes debían de presentar para el holocausto una pieza de ganado mayor. Los que carecieran de recursos podían presentar –como nos cuenta el escritor– un par de tórtolas, que es también lo que dibuja el artista. Simeón está reclinado sobre el niño, y se trasluce su asombro, además de cierta actitud de adoración. En el fondo se atisba un altar y unas sencillas líneas arquitectónicas que hablan del Templo. Se encuentran en la escena María y José, y el último personaje no es otro que el que aparece en el relato bíblico: la anciana profetisa Ana, que sostiene un pergamino, manera que tiene la iconografía de representar el don de profecía. Una última observación. La manera de pintar este cuadro se denomina “icono”, palabra que en griego significa “imagen”. Se usa únicamente para denominar a las imágenes sagradas y es la única que se utiliza en la Iglesia Ortodoxa y en la Iglesia Católica llamada oriental. Se caracteriza por seguir, desde hace mil años, un patrón similar que se remonta a la época bizantina. Los personajes son hieráticos. Los pliegues de los ropajes, rígidos. Los colores fuertes y muchas veces muy planos. Siempre se representa a Jesús y a los santos con coronas de oro. Este material, junto con la plata, forma parte habitual de los iconos. Siempre tienen inscripciones griegas para dar fe de su autenticidad. Se copian unos a otros y los modelos son muy limitados. La veneración que merecen por parte del pueblo resulta extraña a un occidental, pues parece –sin serlo– exagerada. Y ello, por la razón de estar representando –y así lo consideran– la parte misteriosa de lo que es divino. Es interesante reflexionar un momento sobre cómo la informática ha extendido la palabra “icono”, también haciendo referencia a un dibujo, detrás del cual hay más, o quiere explicar un estado de ánimo, como en los “emoticonos”.

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