En vez de pensar en los argumentos que vas a tener que rebatir, piensa en los valores que están detrás de esos argumentos. Busca el principio ético cristiano (a veces escondido) que sostiene esos valores. ¿Qué otros valores (cristianos) está ignorando o no teniendo en cuenta el que critica? Los problemas acaban siendo neurálgicos cuando tratan de valores absolutos; los conflictos, como las guerras, surgen cuando esos valores se ven amenazados. Eso es lo que genera la mentalidad defensiva y el antagonismo.
En lugar de caer en esta trampa, cuando estés discutiendo piensa en los diferentes valores en juego y en cómo se deben sopesar. Después, reflexiona sobre como puedes, al principio de la discusión, unirte al valor que sostiene el que critica. Esto tiene un efecto cautivador y permite tener una discusión mucho más tranquila y considerada. Ya no eres un guerrero en una batalla cultural de valores absolutos, sino alguien que aporta tolerancia y sabiduría a un problema contencioso.
A veces el valor que revelas puede no ser cristiano sino lo contrario, un valor opuesto a la concepción cristiana. Así pues, en muchas discusiones sobre el estado y la sociedad, podrás encontrarte con un punto de vista individualista o utilitario, pero la idea seguirá siendo válida. Es importante entender el valor detrás de la crítica y, si es posible, nombrarlo, para demostrar que hay un principio detrás de la discusión.
La finalidad de este ejercicio de intención positiva es llegar a ser capaz de distinguir entre cuestiones primarias y secundarias; nuestro razonamiento parte de nuestros valores más arraigados y continúa hacia consideraciones secundarias. Saber distinguir entre las dos, tanto en nuestras propias discusiones como en las de los demás, tiene un efecto liberador en las dos partes.
Este es el primer principio para comunicar la fe en positivo.