Las discusiones pueden ser muy desorganizadas, deslizándose a ciegas cuesta abajo hasta que se nos olvida cuál era el tema principal. Asegúrate de que tu contribución es concisa, clara y que no dejas de lado a nadie. Pule tus ideas reduciéndolas a los tres argumentos que quieres proponer; suele ser difícil sacarlos todos, así que con que puedas tocar dos de los tres puedes darte por satisfecho. Aun así, es esencial que ordenes tus ideas en tres argumentos principales.
Imagínatelos como un triángulo. Cuando estés hablando, piensa en cómo se relaciona el tema con ese triángulo y después argumenta. No dejes que los demás te distraigan y te hagan dejar tus ideas principales. Tampoco esperes al momento “ideal” para sacarlas, simplemente identifica en qué punto del triangulo puedes meter la discusión.
A pesar de que los “mensajes principales” al final de cada capítulo sean más de tres, es un buen momento para elegir tus tres puntos. Al menos uno de esos mensajes debería tratar la intención positiva detrás de la crítica. Una vez hecho esto, te permite continuar con las otras dos ideas.
Este es el quinto principio para comunicar la fe en positivo.