Para una buena comunicación es esencial aparcar el ego. No es que el crítico no te valore o no te respete a ti, sino a lo que tú representas. Tu miedo, timidez y defensiva son los productos de tu ego que se queja. Piensa en Juan el Bautista, un comunicador sin miedo; la fuente de su fuerza fue saber que él era la puerta por la que tenía que pasar la gente para llegar a Jesucristo.
Ahora pasemos a zanjar la cuestión de si tu intervención va a ser fantástica o espantosa. Es inevitable sentirse un poco nervioso antes de hablar en público, la adrenalina ayuda a concentrarse. Pero un exceso de nervios suele tomarse como una señal de timidez. Recuerda que a la gente no le interesa lo que tú pienses, sino lo que tú pienses.
Sin embargo, el ego nos engaña y nos hace pensar que nosotros somos el centro de la atención, lo que nos hace temblar por los nervios o hincharnos de absurdo orgullo. Respira hondo para calmarte antes de empezar y haz una pausa antes de responder a la pregunta. Por supuesto, la mejor forma de apagar los nervios es prepararse bien.
Este es el noveno principio para comunicar la fe en positivo.