">http://www.arguments.es/wp-content/uploads/lachispa/2015/09/COMO-EN-CASA-5-e1441383645534.jpg"> El conformismo es el carcelero de la libertad y el enemigo del crecimiento. -John F. Kennedy- En una ocasión, le dijo el cura a una viejecita que se estaba muriendo: - No se preocupe, señora Manuela, que ahora se va al cielo y allí estará muy bien cerca de Dios. -Sí, sí, -respondió la mujer- pero como en casa, en ninguna parte. Lo más difícil es la capacidad de ver, ver simplemente, con sinceridad, sin engañarse, porque ver significa cambio, nada a qué agarrarse, y estamos acostumbrados a buscarnos asideros y a andar con muletas. En cuanto llegamos a ver con claridad, tenemos que volar, y volar es no tener nada a qué agarrarnos. Necesitamos desmontar la tienda en la que nos refugiábamos y seguir por el sendero adelante sin apoyos. El susto mayor es por la aniquilación de todo miedo, puesto que los miedos han sido el manto en el que nos envolvíamos para no ver ni ser visto, para dejar las cosas atrás y enfrentarnos a la felicidad. Una felicidad que hemos de expresar nosotros y no esperar a que nos la den hecha. Aunque vamos diciendo que buscamos la felicidad, lo cierto es que no queremos ser felices. Preferimos volver al nido antes que volar porque tenemos miedo, y el miedo es algo conocido y la felicidad no. Es como aquel que está metido en la porquería hasta la boca y que lo único que le preocupa es que no le hagan olas, no que lo saquen de allí. Lo malo es que la mayoría equipara la felicidad con conseguir el objeto de su apego, y no quiere saber que la felicidad está precisamente en la ausencia de los apegos, pero no quiere cambiar; es demasiado expuesto y comprometido. No hay que tener miedo a los cambios, simplemente hay que ser consecuente y tener el respeto que se merece cada cambio que se nos avecine en la vida. Con un poco de creatividad, lo podemos utilizar como una evolución positiva para nuestra madurez personal. No permitamos que sea tarde y que todo nuestro convencimiento, tesón, ilusión quede sumido en nada. Recojámonos un segundo tan solo para replantearnos una manera diferente de hacer las cosas. Por muy cuesta arriba que la vida se haga, las ganas de pedalear no deben desaparecer y nuestro espíritu de superación no desfallecerá. Tenemos la obligación de gastarnos para crecer y hacer crecer a los que nos rodean y, así, cansados, cuando regresemos al hogar, experimentaremos en positivo que tenía razón la viejecita de la anécdota, porque, después del diario batallar, como en casa, en ninguna parte.