La verdadera nobleza del hombre procede de la virtud, no del nacimiento. -Epicteto- Una enfermera muy agradable, a pesar de estar sobrecargada de trabajo, atendía con solicitud a un anciano casi moribundo, cuando vio entrar a un joven en la habitación, y entonces, instintivamente, dijo al enfermo: —Señor Juan, acaba de llegar su hijo. Con gran esfuerzo, el anciano abrió sus dañados ojos y buscó con las manos al joven que apretó las envejecidas manos y se sentó a su lado. Allí permaneció toda la noche consolando al enfermo hasta que, casi de mañana, el viejo murió. Al entrar la enfermera a recoger la habitación, el joven le pregunta: —¿Quién era este hombre? —¡Yo creí que era su padre! —respondió asustada la enfermera. —No, jamás lo había visto. —¿Y por qué no me dijo nada cuando yo le dije al enfermo que usted era su hijo? —Porque me di cuenta de que él necesitaba a su hijo, y como no estaba en condiciones de reconocerme, decidí tomarle la mano para que se sintiera acompañado. Intuí que él me necesitaba y no dudé en ayudarlo. —Gracias a Dios que aún quedan personas encantadoras —dijo emocionada la enfermera. Decimos de una persona que es encantadora cuando es servicial y su trato resulta agradable y asequible. Y esto debería ser lo normal, lo natural, pero en este mundo que tiene mucho de tiburón y trepas, este mundo en el que reina una gran crisis de valores, encontrarse con personas sin dobleces, positivas, amables, educadas, constructivas…, es un regalo de Dios, una maravilla. Conociendo las ventajas de ser una persona encantadora, ¿por qué no nos comportamos así de forma automática? Porque, si nos lo proponemos, hasta los enfados pueden expresarse con amabilidad a pesar del ritmo de vida, de las prisas, la competitividad, los problemas personales…, y la infinidad de motivos para justificar el malhumor, la cara avinagrada o una respuesta maleducada. Todos estos «peros» son compatibles con ser una persona agradable y de trato fácil, con ser una persona educada y amable, porque no se trata de vivir sin problemas, sino de saber convivir con ellos hasta vencerlos. Hay que tratar de poner —aunque a veces cueste— el punto de mira en los detalles que suman, en lo positivo que todos tenemos. Quedarnos con lo bueno y darle a lo negativo billete de pasajero: que se marche. Por suerte, ser amables, serviciales, generosos, positivos…, son cualidades que se pueden adquirir y mejorar, solo es cuestión de propósito y constancia. Un propósito y una constancia que producen un fruto envidiable: hacernos personas encantadoras.