">http://www.arguments.es/wp-content/uploads/lachispa/2018/05/Una-piedra-en-el-camino3-e1527264413843.jpg"> Toda dificultad eludida se convertirá más tarde en un fantasma que perturbará nuestro reposo. -Frédéric Chopin- Había una vez un rey que quiso saber la actitud de sus súbditos y para ello ideó el siguiente experimento. Colocó una gran piedra en medio de un camino, y se ocultó para observar las distintas reacciones de los que por allí pasaban. Pasaron jóvenes y mayores, gente del pueblo y nobles del reino. Todos evitaban la piedra y seguían el camino. No fueron pocos los que despotricaron contra el rey por no mantener los caminos despejados. Hubo de todo menos la intención de apartar la piedra. Hasta que pasó un campesino con una carga de hortalizas al hombro que, al ver la piedra, echó su carga al suelo, y se puso a tratar de desplazar la piedra del centro del camino a un lateral. Le costó lo suyo, pero lo consiguió. Cuando fue a recoger su carga de hortalizas, observó algo en un pequeño hoyo que estaba justo en el centro del sitio ocupado por la piedra. Se acercó y vio una bolsa. La cogió y encontró muchas monedas de oro y una nota en la que el rey comunicaba que ese dinero estaba destinado a la persona que quitase la piedra del camino. Así ocurre con frecuencia: las dificultades, los obstáculos, pueden —y deben— ser oportunidades para mejorar nuestra condición de vida. No sé de quién es la frase, yo la leí en un grafiti: Cuantas más piedras encuentre en mi camino, más grande construiré mi castillo. Es indudable que las dificultades ayudan a madurar, a aprender a distinguir lo importante de lo accesorio, a ahondar en los fundamentos últimos de la existencia. Ante las dificultades hay que concluir unas veces que Dios lo quiere, otras que Dios lo permite, y, en cualquier caso, que todo es para bien. Atreverse a mover los obstáculos de la propia vida comporta acción y optimismo. Ser serios, pero poniendo, en todo, unas miguitas de guasa, de chufla, de gracia andaluza que envuelvan esas paletas de cemento que dan fuerza y consistencia a una vida constructiva, consecuente, hermoseándola mientras hacemos atractiva la virtud. El optimismo nos tiene que llevar a la acción y la acción nos tiene que hacer optimista, porque Dios bendice, no los lamentos y palabrerías, sino los sacrificios y los trabajos. Y, por consiguiente, no nos quedaremos en inútiles suspiros que expresan la impotencia sobre el mal que nos rodea. Y así, comprobaremos que no hay «piedra» en el camino que no podamos aprovechar para nuestro propio crecimiento.