">http://www.arguments.es/wp-content/uploads/lachispa/2019/03/nido-águilas-cañón-colorado-2A.jpg"> No podrás descubrir nuevos océanos, mientras no tengas el valor de perder de vista la orilla. -François Gaston- Las espléndidas águilas que habitan en el majestuoso cañón del Colorado, en Estados Unidos, usan una clase especial de madera para construir sus nidos. En ocasiones vuelan hasta 300 km. en un día para encontrar ramas del árbol llamado palofierro. Las ramas tienen espinas que les permiten entrelazarse de manera tal que el nido puede descansar seguro en una cornisa en lo alto del cañón. Cuando el nido está concluido, el águila lo recubre con varias capas de hojas, plumas y hierbas para proteger a los futuros polluelos de las incisivas espinas del palofierro. Cuando crecen, las jóvenes águilas se disputan el espacio dentro del nido. Y cuando llega el momento, para empujar a las jóvenes águilas a emprender el vuelo, la madre arranca el almohadillado del nido, de modo que los polluelos se pinchan con las espinas de las ramas. Los aguiluchos se ven forzados a trepar hasta el borde del nido. Entonces, la madre los persuade para que salten desde el borde del nido. Cuando empiezan a caer en picado hacia el fondo del cañón, baten las alas rápida y desesperadamente para detener su caída y termina haciendo lo que para un águila es lo más natural del mundo: ¡volar! Los seres humanos, con frecuencia, nos encontramos muy cómodos en el nido, pero necesitamos abandonarlo para crecer. Cuando nuestra vida ya no nos ofrece el crecimiento que deseamos, y resulta necesario que las cosas cambien, hemos de dejar atrás la seguridad de aquello con lo estamos familiarizados, y aventurarnos en territorio desconocido. Es ley inexorable de vida para crecer, porque, así como los aguiluchos son reticentes a abandonar la seguridad-comodidad del nido, así también nosotros tenemos una resistencia innata al cambio. Es el momento de aventurarse y asumir nuevos retos en la confianza de que todos tenemos la capacidad innata no solo de sobrevivir, sino también de prosperar, porque hemos sido diseñados por Dios para crecer indefinidamente, a su imagen y semejanza. Cada día, la vida viene a nosotros para ofrecernos nuevas experiencias. Una y otra vez, un día tras otro, se nos ofrecen veinticuatro horas nuevas, distintas; para aprovechar esas veinticuatro oportunidades, se tenga la edad que se tenga, resulta muy práctico preguntarse: —¿He vivido realmente todos mis años, o ha sido cada año la interminable repetición de un mismo día? Todos somos un caudal de recursos que, muchas veces, solo aprovechamos cuando las circunstancias nos empujan, como a los aguiluchos, a subir al borde del nido, para dejarnos caer… ¡y volamos!