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Soñamos los hombres, las mujeres, con ser Dios. Si pudiéramos ser así de buenos, así de constantes, así de generosos en el amor, entonces lo tendríamos todo: la felicidad, para siempre, sin aburrimiento ni cansancio. Pero, ¿puede el hombre, la mujer, ser Dios? Me temo que la experiencia nos dice que no. Cuántas veces, el egoísmo tiende escaramuzas a los más grandes ideales de generosidad y los tumba; cuántas veces nos puede el cansancio de estas batallas constantes de la vida o el carácter de otros... cuántas veces la realidad de nuestra debilidad contrasta con nuestro deseo de ser Dios. http://www.arguments.es/wp-content/uploads/mujer/2018/12/sebastian-leon-prado-547564-unsplash-e1545153128280-300x194.jpg" alt="" width="600" height="387" />
¿Puede Dios soñar con ser hombre? La pretensión tiene algo de loco, porque nadie querría rebajarse a ser inferior. Y sin embargo, si Dios fuera hombre, nosotros tendríamos al alcance de la mano lo que soñamos. El sueño de Dios empezó muy lejos, antes del principio de los tiempos, y dio origen a todo lo que vemos y a quienes somos. Como Él mismo, su sueño sólo es uno, pero incluye a todos y atraviesa los tiempos. Sueña que cada hombre, cada mujer que viene a este mundo, sea feliz con Él, como su hijo, su hija queridísimo. Así de cerca, así de confiado. Lo que Dios quiso, los hombres no quisieron. Adán y Eva se apartaron, ellos y su descendencia. Pero el empeño de Dios era real. Entonces, en respuesta a la ofensa, pensó lo impensable: acercarse más, hacerse uno de nosotros, confiarse a nuestras manos como un niño. La promesa fue inmediata, la espera de que la humanidad estuviera preparada fue, en cambio, larga. Ése es el misterio de la Navidad y de estos días de espera y esperanza. Dios asume la locura y se hace uno de nosotros. Sin honores, sin privilegios. Lo dijo por Isaías y lo cumple: "la Virgen está encinta y dará a luz un hijo que se llamará Emanuel, que significa Dios con nosotros". Así, con Él hecho carne, podemos ser también hijos de Dios.
Como Él vivió, podemos encontrarle en lo que vivimos. En la alegría de la familia y de la amistad, en el gozo del don a los demás, y también en el dolor de la traición y de la soledad y en el sufrimiento de la muerte. Vino a limpiarlos, a vivirlos con nosotros, para que nunca más nos separen de Él. Pero tuvo que pasar por ellos.
El sueño de Dios tiene una prueba que se repite cada día: sólo podemos estar cerca si nosotros queremos. Desde Adán y Eva hasta hoy, la opción de realizar el sueño de Dios está en nuestra mano, porque podemos quererla o rechazarla, creyéndonos autosuficientes. Y frente a esta actitud, Dios se hace pequeño. La Navidad es asombro y es estupor. Enseñanza también: la fuerza que encierra la inocencia de un niño pobre, que nace sin nada, que recibe agradecido lo que le dan, que ni piensa ni desea el mal a nada ni a nadie, porque no lo conoce.
Sólo de una sola cosa no se quiso privar Dios en su locura de querernos: tener una madre con la que entretejer los hilos de esa relación única e incondicional. Contar con el apoyo de una criatura que le entendiera y le ayudase en todo, porque le quería tanto que sabía leer sus pensamientos más íntimos... hasta donde se pueden leer los pensamientos de Dios. Y por eso, se confió a Ella, en cuerpo y alma, de principio a fin, más que a nadie. Con la madre, el padre y la familia. Dios en la tierra quiso el abrigo y estímulo de los brazos fuertes y trabajadores de un padre en la tierra. Y las caricias y mimos de una abuela, y los juegos con el abuelo. Dios, loco de amor por sus criaturas, quiere que su sueño coincida con nuestro sueño. Se hace uno de nosotros, para que desde dónde estamos, podamos ser como Él. Por eso, empecemos por agradecer y celebrar su venida, una vez más. http://www.arguments.es/wp-content/uploads/mujer/2018/12/Jesús-José-y-María-felices-300x200.jpg" alt="" width="800" height="533" /> Autora: Elena Álvarez Alvarez [:]