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Los tiempos que corren hacen eco de una llamada masculinidad tóxica, una masculinidad en crisis. Los sucesivos movimientos del feminismo y del Me Too ponen al hombre contra las cuerdas y exigen un cambio. Pero, ¿sabemos realmente en qué radica la masculinidad?; ¿es necesario desarrollarla en la dirección adecuada para tener una existencia feliz?; ¿cuáles son los valores necesarios irrenunciables que reclaman su espacio y su expresión en el varón a lo largo del tiempo?; ¿cómo contribuyen la madre y el padre como primeras referencias de una identidad femenina y masculina? Mariolina Ceriotti aborda el tema en su libro">https://www.rialp.com/libro/masculino_92108/"> Masculino (Rialp 2019, traducido al castellano por Elena Álvarez), como profesional de la psiquiatría y con la visión privilegiada de quien experimenta en primera persona, “desde las entrañas”, como esposa y madre de seis hijos. La cualidad de masculino hace referencia a los atributos del varón: “dotado de órganos para fecundar”. En esa misma línea, Ceriotti explica el significado de manera más profunda y sugerente: “Potencia buena, fecunda y fecundante”. La potencia se explica como esa "capacidad de generar algo vital, capaz de enriquecer la realidad con el don de su contribución creativa que necesita salir de sí hacia el mundo, sembrar en el mundo algo propio y recoger frutos abundantes". Para desarrollar la identidad masculina es clave la cualidad de la agresividad en positivo, entendida como “empuje y decisión para emprender una tarea o enfrentarse a una dificultad” (RAE). A diferencia del concepto de agresividad como violencia o fuerza hacia alguien o algo, la agresividad buena, permite superar barreras, asumir riesgos, emprender proyectos, afrontar conflictos, generar vida, producir beneficios. Si el cuerpo de la mujer está diseñado para la acogida de un nuevo ser, para crecer hacia dentro; el cuerpo del hombre está diseñado para vencer los límites y proyectarse al exterior. Como la imagen de una luna menguante y una luna creciente conforman una realidad oculta que es la luna entera, así se complementan sexualmente el hombre y la mujer y forman una sola carne en el abrazo conyugal.
Mariolina Ceriotti señala con acierto como, con el transcurso de las generaciones, la mujer ha perdido el respeto por el hombre en reacción a su prepotencia hacia ella, y ha acabado por hacer al hombre impotente. La madre, como principal educadora en la primera infancia, digiere el entorno y lo traduce al idioma afectivo del hijo. Ella es la “lengua materna” que enseña al hijo las primeras referencias de comportamiento masculino. Si sus referencias masculinas fueron negativas, puede percibir las manifestaciones de masculinidad del hijo como una amenaza y anular su potencial, acallar sus manifestaciones, o bien no poner los límites necesarios que le ayuden en el autodominio, en el control de los impulsos y en la medida de la fuerza. Por esta razón es vital la presencia del hombre, del padre, como primera referencia positiva de masculinidad, fundada en un amor de padre que está presente, que corrige e impulsa al hijo, hacia adelante y hacia arriba, a superar sus límites para desarrollar su potencial, y a la vez, frenar aquello que se convierte en prepotencia, fuerza y violencia hacia alguien o hacia algo. La presencia del padre es fundamental también, por supuesto, para la construcción de una identidad segura en las hijas, tal y como explica la autora en su anterior publicación,">https://www.arguments.es/mujer/2019/08/14/la-cruzada-de-las-mujeres/"> Erótica y materna (Rialp 2018, traducido por Elena Álvarez). Contrarrestar con presencia la ausencia actual de las figuras maternas y paternas en el hogar es una cuestión prioritaria para las nuevas generaciones.
San Juan Pablo II, enseñó en su catequesis sobre la Teología del Cuerpo, que “el cuerpo es el elemento que juntamente con el espíritu, determina al hombre y participa en su dignidad de persona. El cuerpo, en su masculinidad y feminidad, está llamado «desde el principio» a convertirse en la manifestación del espíritu”. ">https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1980/documents/hf_jp-ii_aud_19801022.html">(Audiencia General 22, octubre 1980, Dignidad del cuerpo y del sexo según el Evangelio). El espíritu del varón es fecundo en todos los sentidos, física y espiritualmente. Su espíritu, su vocación masculina a la paternidad física o simbólica, y cuando el padre “está presente” con toda la dignidad de su masculinidad y paternidad bien vivida, "La vida es bella”, para él, para la mujer que le acompaña y todos quienes le rodean. La masculinidad en cristiano, no es tóxica, es una bendición, es una promesa de prosperidad, de respeto, de paz, de longevidad, de felicidad en definitiva. Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y todo te irá bien. Tu esposa será como una vid fecunda en el seno de tu hogar; tus hijos, como retoños de olivo alrededor de tu mesa. ¡Así será bendecido el hombre que teme al Señor! ¡Que el Señor te bendiga desde Sión todos los días de tu vida: que contemples la paz de Jerusalén y veas a los hijos de tus hijos! ¡Paz a Israel! Salmo 128[:]