Fernando García Navarro es Director de Innovaetica (Instituto de Estudios para la Ética y RSC) y Vicepresidente de la Fundación norteamericana Inspiring Committed Leaders Foundation (ICLF). En esta ocasión conversa con Miriam Lafuente y responde a las preguntas que tal vez nos hacemos todas en estas fechas en que nos bombardean de anuncios para comprar y corremos el riesgo de olvidar lo esencial de estas fechas: nace un Niño en un pesebre.
Creo que la aspiración a ser mejores personas tiene su base más profunda en el origen cristiano de esta festividad, en la que se celebra el nacimiento de Jesús. Para una gran parte de la población del planeta, y sin duda para los cristianos – entendidos en su conjunto: católicos y protestantes – esa noche se celebra el nacimiento del fundador de su fe. El cristianismo se puede resumir en una sola palabra: Amor. El evangelista Juan escribió que “aquel que no ama no ha llegado a conocer a Dios, porque Dios es amor” y unos siglos después San Agustín dijo “ama y haz lo que quieras”. Como vemos, en ambos casos, el amor – la caritas cristiana- es el mínimo común denominador que caracteriza al cristianismo y por supuesto a la Navidad.
Tiene lógica, por lo tanto, que cristianos y también no cristianos - por contagio cultural a lo largo de los siglos - deseemos ser mejor personas en estas fechas, pues brindando amor y recibiéndolo, nos hacemos mejores. Hacemos propósitos de mejora cada año e intentamos mejorar como personas en nuestro entorno más próximo: en el trabajo, en la familia y en nuestro círculo social. Pero también aspiramos a ser mejores respecto al planeta en donde somos plenamente conscientes de no vivir solos. La globalización nos ha enseñado que las fronteras tienen una funcionalidad distinta a la de siglos pasados. No quiero decir que no sean necesarias – sería una puerilidad afirmarlo - pero no son ya la solución a algunos de los grandes problemas del siglo, y muy especialmente al medioambiental. Es cierto que ese compromiso de mejora es incumplido sistemáticamente cada año, total o parcialmente, pero ello no impide que de nuevo al año siguiente volvamos a comprometernos para ser algo mejores. La vida y la ética es eso al fin y al cabo: ir cada día forjando nuestro carácter, ir aprendiendo de nuestros errores e intentar llegar a nuestro último día siendo mejores que ayer.
Los niños son los auténticos protagonistas de la Navidad. En esa noche mágica nace un Niño; el Niño más trascendente de la Historia, teniendo en cuenta lo que ha significado para gran parte de la Humanidad desde hace más de dos milenios. Nace el niño-Dios y los niños se sienten los grandes protagonistas ¿Quién no recuerda sus Navidades de infancia? Eran tiempos en los que la nieve se veía más blanca y vivíamos en el reino en el que no moría nadie. Pero ese Reino sigue vivo para otros millones de niños de cada año sienten lo que nosotros sentíamos hace ya algunos años o décadas. The Navidad es una fiesta orientada a los niños, porque quien nace es un Niño y sabemos que al crecer cambiará la historia de la humanidad. Y quizás en navidad intuimos con más claridad que cualquier niño podrá también cambiar el mundo, especialmente si es educado aprendiendo a amar. Y esa inocencia y bondad natural y sin alharacas de los niños se nos contagia en Navidad a los adultos. En este sentido, me parece a mi que la Navidad es una especie de trasvase de esperanza desde el corazón y la mente de los niños al espíritu más escéptico y desgastado de los adultos.
The Navidad es una fiesta que ha sido desacralizada en la cultura occidental, cada vez más laica, pero sigue siendo una fiesta muy importante. En la Navidad se facilita la reunión de las familias, que suele ser el núcleo inmediato de nuestro amor más próximo y cercano. El cristianismo nos enseña que hay que amar al prójimo (solidaridad, cooperación) pero es la familia (padres, hijos, hermanos, hijos políticos) el círculo más inmediato que tenemos. Como la Navidad supone reunión familiar, se entiende bien que sea un momento duro para las familias rotas, pero no podemos dejar de lado el factor hope, otro pilar fundamental del cristianismo. La esperanza supone que a pesar de la ruptura siempre es posible encontrar un camino que nos lleve a la reconciliación o, al menos, al perdón y a la paz interior que siempre está despojada de odio. Jesús nace el 25 de diciembre, pero también es crucificado en la Pascua y resucita tres días después, y es en ese círculo de muerte y resurrección en el que se funda otra de las bases del cristianismo: la vida eterna. Y del mismo modo que la Navidad vuelve cada año, nosotros también resucitamos lo mejor de nuestra alma durante la Navidad.
Cualquier día es duro cuando fallecen los seres queridos y la Navidad, probablemente, es aún más dura pues resulta difícil compatibilizar la alegría de las fiestas con la pena de la ausencia. Sin embargo, es importante tener en cuenta – y se de lo que hablo pues soy huérfano de ambos padres - que la tristeza por la ausencia es el tributo que pagamos por la dicha de haberlos disfrutado. El maravilloso C.S. Lewis escribió en ">https://www.amazon.es/Una-pena-observación-Panorama-narrativas/dp/8433906534/ref=sr_1_1?adgrpid=58952113369&gclid=CjwKCAiAi4fwBRBxEiwAEO8_HnoBspf-VGudSYp98oIGkdMUgGpXbSXShfeyvlAgi_ZaZfsrQ5gKqxoC9SkQAvD_BwE&hvadid=275510686453&hvdev=c&hvlocphy=1005503&hvnetw=g&hvpos=1t1&hvqmt=e&hvrand=17268296767059849882&hvtargid=kwd-378487328115&hydadcr=1977_1824560&keywords=una+pena+en+observación&qid=1577175684&sr=8-1">Una pena en observación que “ese era trato”. No es fácil convivir con las sillas vacías, pero a la larga resulta mucho más llevadero cuando uno es consciente de que aprovechó todo el tiempo que pudo con quienes hoy ya no están con nosotros. La asfixiante pena se empieza a transforma en paz cuando somos conscientes de que no nos guardamos abrazos, ni besos que pierden su sentido cuando ya no son factibles. Quizás por eso, en la lápida de mis padres está escrito su postrero y eterno mensaje: Dios es amor.
El regalo es un símbolo de amor: me acuerdo de ti y sé que esto te llena. Regalamos algo a una persona porque sabemos que va a llenarla y a alegrarla. El regalo llena el corazón y es justo eso lo que durante siglos hemos buscado con él. Por eso un regalo no tiene por qué tener solamente un valor material y creo que sería un error caer en ello y valorar solamente el regalo con su precio. Eso, efectivamente, es un consumismo bastante trivial e irrelevante a corto plazo. Recordemos la sabiduría popular: “es de necios, confundir valor y precio".
Es precisamente esa confusión materialista lo que más se critica de estas fechas. Unas fiestas cada vez más paganizadas y centradas exclusivamente en lo festivo, olvidando la esencia del hombre que es relación, diálogo y cordialidad. No quiero que se me malinterprete: Personalmente no renuncio a la parte lúdica de estas fechas porque soy de los que entiende que la fe no es incompatible con la alegría. El gran escritor y panegirista cristiano C. S. Lewis relató su proceso de conversión al cristianismo en su biografía a la que no por casualidad tituló “Cautivado por la alegría”. Creo que Lewis tenía razón y que hay tiempo suficiente en Navidad para las buenas comidas, los regalos y las fiestas, pero también para cultivar esos momentos de intimidad con la familia y amigos y para la oración del creyente o la meditación de quien solo aspira a ser mejor persona, sin mediación o inspiración de Dios.
El regalo más valioso en la sociedad actual tal vez sea el tiempo, pues es nuestro bien más escaso y todos los seres humanos tenemos exactamente el mismo: 24 horas al día. Por eso quizás el mejor regalo y el que aumentara de valor con el paso de los años es, probablemente, esa tarde en que saliste a pasear con tu mujer o te sentaste jugar con hijos o le contaste tus cuitas a esa abuela que vivía en un pueblo distante y para la que nunca encontrabas un minuto para hablar… Creo que el gran regalo que podemos ofrecer a quienes amamos es nuestro tiempo: hablar con ellos sin mirar el reloj (o el móvil), una tarde de Navidad.