Hacia el año 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Vera Cruz, la cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo, La Emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo Sepulcro, en el que guardaron la reliquia. Años después, el rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y conquistó Jerusalén y se llevó la Cruz poniéndola bajo los pies de su trono como signo de su desprecio por el cristianismo. Pero en el 628 el emperador Heraclio logró derrotarlo y recuperó la Cruz y la llevó de nuevo a Jerusalén el 14 de septiembre de ese mismo año. Para ello se realizó una ceremonia en la que la Cruz fuellevada en persona por el emperador a través de la ciudad. Desde entonces, ese día quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Vera Cruz.
En la Exaltación de la Santa Cruz se rememora y se venera la Cruz en la que Jesús entregó su vida para salvarnos. El color litúrgico del día es el rojo. Tradicionalmente, en esta fiesta se exponen las reliquias de la Santa Cruz, si existen en el templo, y se adornan con flores las cruces.
La fecha de esta celebración es el 14 de septiembre. Pero no es la única fiesta relacionada con la Cruz. El 3 de mayo se celebra la invención de la Santa Cruz, en la que el cristiano recuerda el papel central de la Cruz en su vida, respondiendo a la invitación del Señor: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga", (Mt, 8, 24).
Cuando nos santiguamos hacemos sobre nosotros la señal de la cruz. Con este gesto nos señalamos como miembros de Jesucristo y de su Iglesia; ponemos a Dios en nuestra vida; le ofrecemos lo que somos, hacemos y tenemos. Hacer este signo o llevarla colgada del cuello es ofrecer a Dios nuestra vida y manifestar al mundo nuestro deseo de seguir e imitar a Jesucristo.
Cuando nos santiguamos dibujamos una cruz sobre nuestro cuerpo mientras rezamos lo siguiente: “En el nombre del Padre (tocar la frente), del Hijo (tocar el pecho) y del Espíritu (tocar el hombro izquierdo) Santo (tocar el hombro derecho)“.
Signarse consiste en dibujar tres cruces sobre nuestro cuerpo; sobre la frente, nuestra boca o nuestro pecho. Para debemos formar una cruz con el dedo pulgar e índice y rezar lo siguiente: “Por la señal de la Santa Cruz (cruz sobre la frente), de nuestros enemigos (cruz sobre los labios), líbranos Señor Dios nuestro (cruz sobre el pecho)“.
Es la combinación de las dos anteriores. Primero nos signamos y luego nos santiguamos.
¿Por qué Dios se hizo hombre y murió en una cruz? La Iglesia dice que para salvarnos. Pero, ¿de qué tenemos que ser salvados? Estas y otras cuestiones resueltas aquí:
O crux, ave spes unica! ¡Salve, oh cruz, nuestra única esperanza! Hoy, queridos hermanos y hermanas, se nos invita a mirar a la cruz, el "lugar privilegiado" en el que se nos revela y manifiesta el amor de Dios. En la cruz se encuentran la miseria del hombre y la misericordia de Dios. Adorar esta misericordia ilimitada es para el hombre el único modo de abrirse al misterio que la cruz revela. La cruz está plantada en la tierra y parece hundir sus raíces en la malicia humana, pero se proyecta hacia lo alto, como un índice que apunta al cielo, un índice que señala la bondad de Dios. Por la cruz de Cristo ha sido vencido el maligno, ha quedado derrotada la muerte, se nos ha transmitido la vida, se nos ha devuelto la esperanza y nos ha sido comunicada la luz. O crux, ave spes unica! "Como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna" (Jn 3, 14-15), dice Jesús. ¿Qué vemos, por tanto, cuando dirigimos la mirada a la cruz donde fue clavado Jesús? (cf. Jn 19, 37). Contemplamos el signo del amor infinito de Dios a la humanidad. O crux, ave spes unica! San Pablo habla de ella en la carta a los Filipenses, que acabamos de escuchar. Cristo Jesús no sólo se hizo hombre, semejante en todo a los hombres, sino que también tomó la condición de siervo, y se rebajó ulteriormente, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (cf. Flp 2, 6-8). Sí, "tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único" (Jn 3, 16). Admiramos, asombrados y agradecidos, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, que supera todo conocimiento (cf. Ef 3, 18-19). O crux, ave spes unica! En el jardín del Edén, al pie del árbol estaba una mujer, Eva (cf. Gn 3). Seducida por el maligno, se apropia de lo que cree que es la vida divina. En cambio, es un germen de muerte que se introduce en ella (cf. St 1, 15; Rm 6, 23). En el Calvario, al pie del árbol de la cruz, estaba otra mujer, María (cf. Jn 19, 25-27). Dócil al proyecto de Dios, participa íntimamente en la ofrenda que el Hijo hace de sí al Padre para la vida del mundo, y, cuando Jesús le encomienda al apóstol san Juan, se convierte en madre de todos los hombres. ¡Por el misterio de tu cruz y de tu resurrección, sálvanos, oh Señor! Amén».
"No tengamos miedo de contemplar la cruz como un momento de derrota, de fracaso. Cuando Pablo reflexiona sobre el misterio de Jesucristo, nos dice cosas fuertes, nos dice que Jesús se vació de sí mismo, se aniquiló, se volvió pecado hasta el final, asumió todo nuestro pecado, todo el pecado del mundo: era un "trapo", un hombre condenado. Pablo no tuvo miedo de mostrar esta derrota e incluso esto puede iluminar nuestros momentos feos, nuestros momentos de derrota, pero también la cruz es un signo de victoria para nosotros los cristianos”. "Nuestra victoria es la cruz de Jesús, la victoria ante nuestro enemigo, la gran serpiente antigua, el gran acusador. En la cruz fuimos salvados, en ese recorrido que Jesús quiso hacer hasta lo más bajo, pero con la fuerza de la divinidad". “Jesús le dice a Nicodemo: "Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí". Jesús levantado y Satanás destruido. La cruz de Jesús debe ser para nosotros la atracción: tenemos que mirarla, porque es la fuerza para seguir adelante. Y la serpiente antigua destruida todavía ladra, todavía amenaza, pero, como decían los padres de la Iglesia, es un perro encadenado: no te acerques y no te morderá; pero si vas a acariciarlo, porque el encanto te lleva allí como si fuera un perrito, prepárate, te destruirá”. "La cruz nos enseña esto, que en la vida hay fracaso y victoria. Debemos ser capaces de tolerar las derrotas, de soportarlas pacientemente, las derrotas, incluso de nuestros pecados porque Él pagó por nosotros. Tolerarlas en Él, pedir perdón en Él pero nunca dejarse seducir por este perro encadenado. Hoy será hermoso si en casa tranquilos nos tomamos 5, 10, 15 minutos delante del crucifijo, o lo que tenemos en casa o aquel del rosario: mirarlo, es nuestro signo de derrota, que provoca persecuciones, que nos destruye, pero es también nuestro signo de victoria porque Dios ha ganado allí".
Las banderas reales se adelantan Y las cruz misteriosa en ellas brilla: La cruz en que la vida sufrió muerte Y en que, sufriendo muerte, nos dio vida. Ella sostuvo el sacrosanto cuerpo Que, al ser herido por la lanza dura, Derramó sangre y agua en abundancia Para lavar con ellas nuestras culpas. En ella se cumplió perfectamente Lo que David profetizó en su verso, Cuándo dijo a los pueblos de la tierra: “ Nuestro Dios reinará desde un madero”. ¡Árbol lleno de luz, árbol hermoso, árbol hornado con la regia púrpura y destinado a que su tronco digno sintiera el roce de la carne pura! ¡Dichosa cruz que con tus brazos firmes, en que estuvo colgado nuestro precio, fuiste balanza para el cuerpo santo que arrebató su presa a los infiernos! A ti, que eres la única esperanza, Te ensalzamos, oh cruz, y te rogamos Que acrecientes la gracia de los justos Y borres los delitos de los malos. Recibe, oh Trinidad, fuente salubre La alabanza de todos los espíritus, Y tú que con tu cruz nos das el triunfo, Añádenos el premio, oh Jesucristo. Amén