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EL JOVEN RICO Heinrich Hoffmann nos da el contrapunto de lo que nos ha mostrado Caravaggio. Mateo, aquel pecador, queda conquistado por los ojos de Cristo. Aquí (Marcos 10,17), se nos cuenta una historia triste: Se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él [Jesús] y le preguntó: ‘Maestro bueno, ¿Qué haré para heredar la vida eterna?'. Ciertamente la actitud de este hombre ante Jesus es de admiración, de sometimiento al maestro, y, aparentemente, de humildad. Quiere saber la verdad. Pero, ¿por qué Hoffmann nos ofrece un hombre zaherido, que no mira a la cara al Rabbí y que baja su rostro triste? La respuesta nos la da Marcos: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en cielo, y luego ven y sígueme. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
El estatus de nuestro hombre triste lo traza Hoffmann con maestría, vistiéndole de hermosísimos ropajes, que parecen ser de sedas, terciopelos y tafetanes. Como contraste, el artista nos muestra a la izquierda del lienzo lo que es el sufrimiento. Una mujer –posible seguidora de Jesús- sostiene en sus manos a un hombre anciano y enfermo, a juzgar por su postración y los feos vendajes. A su vez, esta mujer mira de soslayo lo que va a acontecer con el hombre bienintencionado. La respuesta es clara, pues Jesús no deja duda con el ademán de sus brazos al enseñarle cuál es el camino. Pero nadie quiere acercarse a las personas que sufren, porque hacen que la conciencia repique a la puerta y desasosiegue. Sin embargo, Jesús deja claro que solo éste es el camino para la felicidad. Las manos curvadas, la mirada apartada, los ojos mirando al suelo y no fijándolos en su interlocutor, explican que el hombre que se acerca al Rabbí ha tomado la elección por sus riquezas. No sabe –hay que darle una oportunidad, manifiesta la juventud con la que retrata el pintor al muchacho- que la alegría está en el servicio desinteresado a los demás.
La persona no es un verso suelto. Necesita de los demás. Y tal vez esté sobrando algo de la impedimenta, del oropel que no es más que peso muerto en sus hombros y que no le hace feliz, pues se marcha triste. Hoffmann narra con maestría la duda y el temor ante el dolor ajeno. La lección no puede ser más clara. Desde luego que la decisión es difícil, pero he aquí una demostración de cuánto ama el Rabbí la libertad por encima de que se tomen decisiones que no estén llenas de amor. Y la moraleja puede ser que aunque resulte primeramente molesto acercarse al otro, al sufriente, luego la recompensa es muy grande.