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EL SUEÑO DE JOSÉ La narración del Nuevo Testamento cuenta una escena dramática. Cuando nace Juan, el hijo de Isabel, Maria vuelve a Nazaret. Está claro que no podía ocultar su estado, ya de algo más de tres meses, pues era evidente a todos. A nadie extrañaba que María estuviera encinta, pues en la medida en que se encontraba desposada, le era lícito tener hijos con su esposo José, por lo que los vecinos nada comentarían al respecto. Sin embargo, José sabía que ese hijo que esperaba su desposada no era suyo. Los estudiosos entienden que José se quedaría preocupado, considerando, tal vez, que en la caravana en la que María fue a Judá, camino de casa de Isabel, bien pudo ser forzada por alguien. José, –“como era justo”– (Mateo 1, 19), tal y como nos sigue diciendo el texto, no imaginaba ni por asomo un adulterio de María. Alguna tradición primitiva considera que José intuye algo muy grande, que sin duda tiene que ver con una intervención divina. Sea cual fuera la razón, José decide abandonar a María. Recordemos que el vínculo del desposorio era revocable. Pero, consumado el matrimonio como lo estaba, por la gravidez de María, la revocabilidad sólo podía hacerse legalmente mediante repudio. Esto significaba: mi esposa me ha sido infiel, este matrimonio es soluble. Bastaba con decirlo a la autoridad para que tal disolución se consumase. Sin embargo José bien sabía que, si actuaba de este modo, infamaba el dulce nombre de María, de la que conocía su altísima e indiscutida virtud. Finalmente toma la resolución de hacer el repudio, pero no de una manera legal, sino en secreto, es decir, huyendo de Nazaret, sin dar ninguna explicación. Estaba dispuesto a ser tachado de malvado, pero prefería esto, a siquiera tocar la honra pública de su desposada. El sufrimiento de José fue grande, hasta que un día, dice el Evangelio de San Mateo, "José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero apenas había tomado esa resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: 'José, hijo de David, no temas acoger a María tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesus, porque él salvará a su pueblo de sus pecados'".
Murillo perfila la escena de José en un sueño, casi antinatural, febril, pues ni siquiera yace. Es como un sueño muy próximo a la consciencia, que hace que el que “sueña” vea que aquellos pensamientos no brotan de su imaginación, sino que son comunicados, de manera trascendental, por un tercero, en este caso un ángel, que además de aclarar el misterio, anima a José a ejercer como padre. Era éste quien tenía el deber de elegir el nombre de la criatura. Y coincidía el nombre con el que el ángel había dicho a María. Evidentemente, tal “coincidencia” no era azarosa, sino que estaba dentro de un programa divino. Por ello, y tras el alivio de José, "se despertó, e hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, y acogió a su mujer"; es decir, legalizó frente a todos su situación, y especialmente, salvó de la vergüenza (e incluso de la imputación del delito de adulterio) a María.