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LA TRAICION DE JUDAS En este didáctico mural, se nos muestra a Judas, que carga la bolsa y está llegando a un pacto con los miembros del Sanedrín. Es empujado por un ser de color negro y con cuernos; figura extraña con la que Giotto trata de dibujar al demonio, ser espiritual y ángel contario a los designios de Dios según los textos bíblicos. El artista nos enseña a ese ser misterioso así como que ha quedado ennegrecida la corona de Judas, señalando así la caída en desgracia del traidor. Esto, por la tremenda injusticia que obra con su Maestro. Hay una tenue sonrisa en el anciano sanedrita, absolutamente temible. Este fue el acuerdo al que llegó el Sanedrín respecto a la entrega y muerte del nazareno. San Mateo nos relata, que “entonces uno de los Doce llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: ‘¿qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?’. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata.”(Mateo, 26, 14-16). Siempre fue antiestético -además de desgarrador- vender la vida de un hombre por un dinero efímero. Qué actual resulta ese imán de las riquezas aún por encima de las personas. Es importante hacer para este caso una breve consideración sobre la libertad. Jesús, que escrutaba en los corazones, ya había visto a lo largo del tiempo la trepidación y las dudas de Judas. Aun así, incluso avisándole (Juan,6,70), le deja hacer. Jesús respeta la libertad del discípulo, aunque vaya en su contra. Es tan relevante la libertad del individuo, que el Maestro prefiere ser traicionado antes de no respetar esa libertad. Don increíble y terrible que posee la naturaleza de la persona, si la vemos a la luz de este laisser faire de Jesús, que incluye a toda la humanidad. Es lógico. Sólo se puede amar si el cariño es libre. Si no, es sujeción cautiva e involuntaria. Y eso no lo quiere Jesús. Sólo seguimiento y amor si es con plena libertad. Lo contrario sencillamente no existe. La actitud de Judas venía de lejos. Tal vez en algún momento no encajó bien alguna advertencia del Maestro. Pudiera ser que le faltase fe al escuchar del Rabbí palabras novedosas que le resultaron ininteligibles. Pero hay más. Judas, tenía un vicio: el dinero. Nos lo narra Juan (Juan, 1, 1 y ss.). “Fue Jesús a Betania (…) allí le ofrecieron una cena. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María [hermana de Lázaro y Marta] tomó una libra de nardo auténtico y costosos, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera (..) Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar dice: ‘Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?’ –y añade el evangelista- Esto lo dijo no porque le importasen los pobres , sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa se llevaba de lo que iban echando”. Realmente contemporáneas nos resultan estas frases que hablan de corrupción. De la falsa consideración de que la vida de cualquier persona tiene un precio. La historia de Judas es muy triste, porque tras la entrega, le remuerde la conciencia. Y sin embargo no es capaz de pedir perdón. El remordimiento, lo asfixia. Y nos dice Mateo que se dirigió arrepentido ante el Sanedrín “y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes diciendo ‘he pecado entregando sangre inocente’. Pero ellos dijeron: ‘¿A nosotros qué? ¡Allá tú! El arrojando las monedas de plata en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó”. Pese a todo, el final de Judas bien pudo ser otro. Tal vez haya que aprender del suceso. Pues, ¿Qué no era capaz de perdonar Jesús, que lo hizo incluso a Pedro quien en las peores circunstancias le había negado repetidamente? (Marcos, 14, 66 y ss.)