Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. -Eduardo Galeano- Sur?sh?n al-Bis??m? (Bäyazid Bas??m? ) (804-874), era persa Sufi, del centro-norte de Irán. Bastami fue uno de los pioneros de lo que más tarde se conocería como la escuela «ebria» o «extática» (sukr) del misticismo islámico. Bäyazid dice acerca de sí mismo: «De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo. A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque solo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho. Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente: Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo. Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida». Antonio Pueyo Longas, arcipreste de la catedral de Huesca, escribió en 1954 un pequeño librito: Sed perfectos, en el que dice: El progreso no está en las cosas sino en los hombres. La felicidad no está en los bienes materiales sino en nosotros. El verdadero problema no está en la conquista del mundo sino en la conquista del hombre. Es lo que ocurre normalmente, que todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad, pero casi nadie piensa en cambiarse a sí mismo. Y es que olvidamos con muchísima facilidad que es más práctico y sencillo barrer nuestro trocito de acera, que exigir a los demás que mantengan limpia la ciudad. Nos volcamos al exterior, vamos conquistando la vida, pero no nos hemos conquistado porque no desarrollamos todas las posibilidades que tenemos en germen. No somos dueños de nosotros mismos. No se trata de obviar la influencia de las circunstancias, pero en la más completa miseria, el golfillo de la calle pasa los días cantando. Diógenes era feliz con su tonel y un rayito de sol. Los santos renunciaron a todo y eran una pura canción de dicha y alegría. Y, a veces, en la mayor opulencia, algunos crujen de amargura. ¿Está el mundo mal? Puede ser, pero el mundo lo formamos las personas; por eso, podemos afirmar que el mundo, mi entorno, cambiará en la medida en que yo sepa cambiarme a mí mismo.