">http://www.arguments.es/wp-content/uploads/lachispa/2018/11/No-dejes-de-silbar-e1541243730545.jpg"> El silencio es como el viento: atiza los grandes malentendidos y no extingue más que los pequeños. -Eddie Constantine- Cuentan los muy viejos del lugar que había una serpiente tan agresiva que había mordido, prácticamente, a todos los lugareños y, por eso, pocos se atrevían a aventurarse por los campos. Como vivía por allí un maestro de reconocida santidad, los aldeanos recurrieron a él para que domesticara al reptil y lo introdujera en la disciplina de la no violencia. El maestro aceptó el reto y, pasado un tiempo prudencial, los habitantes de la aldea descubrieron que la serpiente se había hecho inofensiva. Se burlaban de ella, le tiraban piedras, la arrastraban agarrándola por la cola… y la serpiente no decía ni mu. Llegó un momento que la arrastrada y apedreada serpiente no aguantó más y se presentó en la casa del maestro para quejarse amargamente de la agresividad de los humanos. ?Amiga mía ?le dijo el maestro? has dejado de atemorizar a lo gente, y eso no es bueno. ?¡Pero si fuiste tú ?respondió indignada la serpiente? quien me enseñó a practicar la disciplina de la no violencia! ?Yo te dije ?aseveró paciente y firmemente el maestro? que dejaras de hacer daño, pero no te dije que dejaras de silbar. Entre agresividad y autodefensa, hay un punto, y defender la dignidad y las propias creencias, supone hacerse valer, hablar, actuar. Y, tengámoslo claro, pecar por el silencio, cuando deberíamos protestar, hace cobardes a los hombres. A lo largo de la historia, el triunfo del mal ha sido favorecido por la inactividad de quienes podrían haber actuado y no lo hicieron; por la indiferencia de quienes deberían haber sido mejores y no lo intentaron; por el silencio de la voz de la justicia que prefirió apoyar lo políticamente correcto en lugar de afianzar la verdad; por aquellas ocasiones en las que nos refugiamos en el silencio cuando deberíamos protestar. La peor tragedia no es la opresión, la mentira y la crueldad de la mala gente, sino el silencio ominoso de la gente de bien, porque el mal se hace audaz cuando el bien se encoge. Y callar cuando se debería hablar, hace cómplices y cobardes a las personas «prudentes». Andar con mirada desafiante por sistema, buscar gresca como modo de vida, responder sistemáticamente con el «y tú más», no es cívico ni cristiano, pero hacerse miel para que te coman las moscas, tampoco. Cuando nos atacan debemos tener el coraje de aplicar la disciplina de la no violencia, pero… sin dejar de silbar.