">http://www.arguments.es/wp-content/uploads/lachispa/2023/02/Ya-pasaron-scaled-e1677241089957.jpg"> Amigos míos, pedid a Dios la alegría. Sed alegres como los niños, como los pájaros del cielo. —Fiódor Dostoyevski— Ya pasaron los Carnavales: color y ruido, disfraces y engaños, fantasía e ilusión, evasión multiforme: artistas, payasos, bandoleros, princesas... ¡ya pasaron! Es el momento de reflexionar. ¡Cuántas madres han puesto el corazón para disfrazar a sus hijos! Y está bien, está bien enseñar a divertirse sanamente, pero cuidado: cuidado, que puede ser deseducativo. La vida es fiesta y trabajo, trabajo y fiesta: ¡las dos cosas! Usted, padre; usted, madre, que ha puesto tanta ilusión y cariño en disfrazar a su hijo, ¿pone esa misma intensidad todos los días —TODOS— en que su hijo se levante cuando debe? ¿Pone esa misma intensidad en que trabaje bien? ¿En que sea constante? El valor de una persona no lo da su capacidad de diversión sino de abnegación. Antoine Saint-Exupéry dejó escrito que «El hombre se hace cuando se mide con la dificultad» y el político inglés Edmundo Burke decía que «No puede aspirar a hacer grandes cosas sino aquel que tiene capacidad de sufrir mucho». En nuestra sociedad actual casi todo es imagen, apariencia externa, vacío interior. Vivimos en una sociedad decadente donde todo invita a la descomposición y a la muerte de los más nobles ideales. Olvidamos aquella coplilla: «Las vanidades del mundo / se asemejan al cristal:/ por fuera mucho brillo / por dentro, fragilidad». El egoísmo es hueco, vano, sin consistencia interior; por eso hay que educar en la generosidad. Y ¿qué hacer ante la realidad en que vivimos? Volver al humanismo coherente comprometido con los valores, ir edificando una cultura digna que lleve a un crecimiento interior, que haga más humano al hombre, que le llene de amor y libertad. Sí, los carnavales ya pasaron, ahora queda rectificar el rumbo y saber que es posible, porque —a pesar de los pesares— siempre hay buen viento para el que sabe dónde está el norte.