San Juan Pablo II al comienzo del nuevo milenio señaló que los grandes desafíos del siglo XXI serían la paz y la familia, y las grandes batallas se librarían en el campo de las ideas. Entonces, no imaginábamos que la violencia llegaría tan lejos y tan dentro de la propia familia y desde ahí se seguiría extendiendo como una sombra al resto de la realidad. En la cruzada de la familia, la mujer es la principal guerrera. Del ejercicio de su libertad bien entendida, dependerá en mayor medida, la vida de los otros. Ella, en último término, abre o cierra las posibilidades del camino del hijo al padre y es la principal educadora en la primera infancia. En el desarrollo equilibrado de su identidad femenina, su potencial aportación a la humanidad es crucial.
San Juan Pablo II, fue el Papa de las mujeres. Consciente de la cruzada interior que libraba la mujer entre la liberación de la carga de los roles tradicionales y la plenitud de su feminidad como mujer y madre, dedicó gran parte de su pontificado a desarrollar las bases para una Teología de la Mujer de acuerdo con la Creación, fundada en la igualdad de valor de la dignidad y la diferencia esencial del ser, al hilo de aquéllas palabras decisivas del Concilio Vaticano II: “Vosotras, las mujeres, tenéis siempre como misión la guarda del hogar, el amor a las fuentes de la vida, el sentido de la cuna. Estáis presentes en el misterio de la vida que comienza. Consoláis en la partida de la muerte. Nuestra técnica corre el riesgo de convertirse en inhumana. Reconciliad a los hombres con la vida. Y, sobre todo, velad, os lo suplicamos, por el porvenir de nuestra especie. Detened la mano del hombre que en un momento de locura intentase destruir la civilización humana”, San Pablo VI, 1965.
En la actualidad, aquellas palabras han tomado cuerpo más allá de lo imaginable. Una de sus manifestaciones es el “ataque feroz a la mujer con su consentimiento en aras del progreso y de la liberación”, así lo explica breve e incisivamente Mariolina Ceriotti Migliiarese en su libro Erótica y Materna (Rialp, 2018). La mujer vive de manera constante una lucha interior entre sus dos almas, erótica y materna, es decir, el amor a sí misma y el amor al otro. Ambas son buenas y necesarias. Su buen desarrollo desde la primera infancia es primordial para construir una base de identidad femenina sólida que se enriquece y desarrolla más plenamente en la adolescencia y en la edad adulta. Una identidad femenina madura, tiene conciencia de sí misma, de su potencial riqueza creativa y de renovación constante. Cuando la mujer es capaz de conjugar serenamente su dimensión erótica y materna en un cierto “equilibrio narcisista” no precisa de la mirada y de la aprobación del hombre. Entonces, en circunstancias normales, adquiere la flexibilidad necesaria para adaptarse al hombre sin perder su peso específico, su identidad y su valía. Es necesaria y urgente una reflexión antropológica profunda sobre la identidad femenina que permita a la mujer y a la sociedad, ser consciente de su riqueza potencial y la manera de proteger ese equilibrio, de manera que pueda desarrollarse plenamente en paz consigo misma, y su entorno.
Erótica y materna (traducido al castellano por Elena Álvarez) es un buen análisis de la situación actual de la feminidad, de la influencia decisiva en la construcción de la identidad de los hijos en femenino y masculino durante la primera infancia. Asimismo, la presencia estable del padre es fundamental para potenciar las capacidades y asentar los cimientos de la personalidad ya que confiere seguridad y confianza en uno mismo más allá de la protección y el afecto materno de la primera infancia. Tanto la madre como el padre son las primeras referencias de identidad femenina y masculina para las nuevas generaciones que es preciso construir como pilares sólidos de una civilización.
El 15 de agosto de 1988, San Juan Pablo II celebró la festividad de la Asunción de la Virgen, con la publicación de la Mulieris Dignitatem, considerada por muchos como un documento base para un feminismo cristiano. En ella concilió lo que había de verdad en las corrientes feministas más radicales y otras más moderadas, con las verdades reveladas en la Sagrada Escritura a la luz de la Tradición de la Iglesia. Juan Pablo II anima a las mujeres, más allá del ámbito doméstico, a ser conscientes de la importancia de su genio femenino, a hacernos conscientes de nuestra máxima dignidad y también de nuestra responsabilidad en el cuidado de la vida, en la transmisión de la fe, y la construcción de la paz; con todas nuestras capacidades, en todas nuestras actuaciones, y en cualquier ámbito.
María, constituye el modelo de desarrollo pleno de la vocación de la mujer y del hombre. Ella es la máxima expresión de la unión con Dios, unida en cuerpo y alma a la vida y la muerte del Hijo, mereció toda la realeza, la gloria, y la eternidad sin corrupción. Maria fue la mayor cruzada. Desarrolló todas las posibilidades de la riqueza femenina en sus distintas manifestaciones, revolucionaria y creativa como Virgen y como Madre, en un servir que es reinar. Signo de contradicción de todos los tiempos.