Sarah -nombre ficticio para preservar su identidad- apenas tiene 20 años, pero la vida le ha hecho madurar mucho antes que a cualquier otra chica de su edad. Aunque nació y se crió en un pueblecito de Sudamérica, ha vivido su adolescencia en la ciudad de los rascacielos: Nueva York. Vino a la oficina que la organización con la que estoy colaborando tiene en el Bronx, porque no sabía si continuar con su embarazo. La situación en su casa no es fácil y traer una vida al mundo supondría un gran esfuerzo. Después de hacerle una serie de preguntas que solemos plantear a las chicas para conocerles un poco mejor, descubrí que se había sometido a un aborto hacía 3 años. En secreto, sin compartirlo con nadie de su entorno, tomó una pastilla que le recetaron para acabar con la vida del bebé. Lejos de llevar el aborto a término, la medicación le provocó fuertes contracciones y tuvieron que inducirle el parto. Además, estuvo a punto de sufrir daños irreversibles en el útero. Ese día, Sarah dio a luz a una niña de 20 semanas de gestación, que murió a los pocos minutos. Las charlas con las madres que se acercan a nuestros centros no suelen alargarse mucho. Con Sarah estuve hablando durante casi una hora. Poco a poco, me fue abriendo su corazón y pude intuir a una chica madura y reflexiva, pero también insegura y acomplejada con algunos aspectos de su vida. Una vida que le ha dado una segunda oportunidad. Sarah lleva muchos años enamorada del padre de los dos niños que ha concebido. Su familia nunca vio la relación con buenos ojos y siempre fue objeto de críticas. Esta situación le llevó a ocultar sus sentimientos, a construirse una coraza y a acabar con la vida de su primer hijo. Educada en la fe católica, me dijo que no podía entender cómo algunos de sus familiares podían ir a la iglesia y criticar a las personas nada más salir, "cuando se supone que la misa te da fuerzas para ser una persona mejor", tal y como reflexionó ella misma. Además, muchos de ellos le repiten constantemente que Dios no podrá perdonarle todo lo que ha hecho. A raíz de este comentario, pude hablarle de la confesión y de la necesidad de quitarse esa losa que ha cargado durante estos 3 últimos años: la muerte de su primer hijo. Si bien es cierto que no soy partidaria de vincular el aborto con la religión -en Estados Unidos, por ejemplo, son numerosas las asociaciones laicas y aconfesionales dedicadas a la causa provida-, muchas de estas chicas necesitan ser consoladas a través de la Fe. Después de muchos años sin acercarse a un confesionario, Sarah ha decidido hablar con un sacerdote y continuar con su embarazo. Si todo va bien, en 20 semanas verá por vez primera la carita de un bebé que ha venido al mundo para ayudar a sanar el dolor que lleva en su corazón. Ese día, todas las lágrimas de tristeza e impotencia que derramó cuando la conocí, se convertirán en un llanto de felicidad.