">https://www.arguments.es/wp-content/uploads/culturadelavida/2013/11/20131109-164838.jpg"> “Cada niño al nacer nos trae el mensaje de que Dios no ha perdido todavía la esperanza en los hombres” (Rabindranath Tagore, poeta hindú).
Esperanza. Ese es el sentimiento que intentamos infundir en las madres que se acercan a nuestros centros con intención de abortar. La semana pasada, afirmé que un hijo no es el principal problema de una mujer que ve en el aborto su única salida. La presión, la soledad, la falta de apoyo por parte de la familia, el abandono de la pareja o la falta de recursos económicos, son sólo algunos de los motivos que llevan a una madre a plantearse una decisión dura como ésta. Muchas de las chicas, después de hablar con nosotros, afrontan su situación personal –casi siempre dura– desde una perspectiva nueva, con esperanza. Otras, sin embargo, se replantean su decisión sólo por un instante, y acaban despidiéndose de su hijo entre las cuatro paredes de un abortorio.
Conocí a Lilian –nombre ficticio para preservar su intimidad– hace unas semanas. Cuando abrí la puerta, su marido se presentó por los dos y nos dijo que venían a poner fin al embarazo. Era difícil que su estado de ánimo pasara desapercibido. Apoyada en el marco de la puerta, con la vista fija en el suelo, vi a una mujer triste, abatida, con actitud temerosa. Le pedí a su marido que esperara en la recepción y entré con ella en una salita. En cuanto cerré la puerta se puso a llorar.
Cuando hago counceling –asesoramiento– con las madres, procuro mostrarme empática, entender la situación por la que están pasando, "ponerme en sus zapatos", como dicen por aquí, o "en su pellejo", como decimos en España. Intento llegar al corazón de cada una de ellas, no sólo desde un plano racional, sino también emocional. No son pocas las veces que me hubiera puesto a llorar con ellas. Sin embargo, tengo que mostrarme entera para poder serenarles en los peores momentos. Con Lilian fui incapaz: el sufrimiento que veía en sus ojos, el dolor de sus lágrimas, hicieron que llorara con ella.
Tanto la situación personal como económica de Lilian son buenas: tiene un buen trabajo, una casa y un marido con el que lleva 8 años casada y con el que comparte éste y otro hijo. Sin embargo, desde hace años, sufre una enfermedad física que le impide desarrollar una vida normal. Hace unos meses, a consecuencia de su afección, sufrió un aborto involuntario. Además, su ginecólogo decidió no hacerse cargo de este nuevo embarazo, pues lo consideraba de alto riesgo. Aunque me dijo que su marido quería que diera a luz al niño, por la forma en que me planteó las cosas intuí que le estaba presionando para que abortara. Lilian sufría porque deseaba ese hijo con todas sus fuerzas y quería luchar por él. No obstante, los miedos que compartió conmigo eran infundados: temía que el niño pudiera morir, que no fuera capaz de llevar el embarazo de forma saludable y segura, sin que sus dolencias perjudicaran a su hijo. También temía perder su puesto de trabajo, pues iba a necesitar mucho reposo.
Durante el tiempo que estuvimos hablando no dejó de llorar. Sin embargo, juntas fuimos buscando soluciones a todos sus problemas. Cuando le despedí, me dio un abrazo sincero y cargado de gratitud. Un agradecimiento que volvió a expresar varias horas después en un sms: “María, muchas gracias por tu gran amabilidad. Una y otra vez, aprecio realmente que me escucharas y me ayudaras tanto. Estoy muy contenta y me siento muy afortunada por haberte conocido. Muchísimas gracias”.
Cuando una madre decide seguir adelante con el embarazo, procuro hacer un seguimiento para que se sientan cuidadas y queridas durante la gestación. Hasta ahora, cada una de las chicas que, felices, me dijeron que iban a dar una oportunidad a sus hijos –y a sí mismas–, han continuado con el embarazo. Lo sé a ciencia cierta por las fotos que me van enviando, con la tripa cada día más grande. Sin embargo, tal y como os comenté la semana pasada, desgraciadamente no todas las historias tienen un final feliz.
Al día siguiente, envié un mensaje a Lilian con la cita para la ecografía. No esperaba la respuesta que recibí: “Hola María. Lamento decepcionarte, pero ayer pasé por el procedimiento. No tenía otra opción. Si hubiera continuado, no habría sido un buen embarazo, así que me vi obligada a tomar esta determinación. Ha sido una de las decisiones más difíciles de mi vida. Ahora me siento mejor, pero sigo tratando de perdonarme por mis miserias. Gracias por tu apoyo y lo siento de nuevo”.
Son muchas las mujeres que, después de hablar con nosotros, deciden replantearse su decisión y, sin embargo, al final acaban abortando. Aunque desde un principio eres consciente de que existe esa posibilidad, nunca se está preparado para recibir un mensaje como el que me llegó aquel día.
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