Se llama Nuria, es de Barcelona, tiene 22 años y acaba de terminar el Grado de Bioquímica en la Universidad de Navarra. Le apasiona su carrera. Cuanto más aprende del funcionamiento del cuerpo humano, más se asombra de lo bien que estamos hechos y le refuerza la idea de que no estamos aquí por azar, de que no hemos surgido como fruto de la casualidad, sino por querer de Dios. Ha nacido en una familia cristiana, donde desde pequeña le han enseñado a tratar a Dios. Pero después, conforme ha ido creciendo y configurando su carácter, ha ido madurando esa fe libremente frecuentando los sacraments y descubriendo que la vida con Dios, siendo aparentemente igual, tiene otra dimensión, otra luz, otro sentido. Y esa experiencia y seguridad que ha encontrado en Dios, le ha ayudado a tomar las decisiones a lo largo de su vida y asumir sus consecuencias con paz.
Nuria es una de lo miles de estudiantes que han terminado sus estudios en medio de la pandemia del covid-19. Si la búsqueda de trabajo o decidir qué hacer después de la carrera siempre ha sido una cuestión difícil para muchos... este año lo era todavía más. Con este panorama, consiguió unas prácticas en un prestigioso laboratorio donde tenía posibilidades de seguir trabajando en un futuro y compatibilizarlo con el estudio de un máster. Ella misma cuenta en primera persona lo que le pasó.
"Trabajamos con fetos que vienen de Inglaterra...". De repente me paralizo por completo y me repito: "Nuria lo estás escuchando mal". Hago un esfuerzo por disimular y contesto cualquier cosa. - "¿De Inglaterra?" - "¡Sí! Nos los traen de allí ya que la legislación es menos estricta. Necesitamos las células de los fetos humanos crecidos y aquí en España está prohibido abortar en un estadio tan avanzado". Silencio. No sé que decir. Me dan ganas de llorar. Siento dolor e injusticia. Llevaba dos semanas trabajando en el laboratorio, aunque gracias a Dios, en ningún momento manipulé esas células. Sin embargo, no podía dejar de pensar, que de haber colaborado en ese proyecto, pasaba a ser cómplice de un holocausto. La conversación cambia, pero yo sigo en shock. No dejo de pensar en ellos. Tan pequeños y vulnerables. Tan puros e inocentes. Tan Santos.
He estudiado Bioquímica y durante los 4 años he disfrutado muchísimo. ¡Poder conocer el funcionamiento de la mejor máquina del mundo, es increíble! Se nota que es cosa del Creador. Y es que en cada asignatura veías a Dios, ya que, una obra tan perfecta solo puede ser cosa suya. A pesar de la pandemia, en verano empezaría unas prácticas. Estaba muy ilusionada y tenía muchas ganas de aprender. ¡Todo iba genial! Estaba aprendiendo muchísimo y el equipo estaba volcado conmigo. Me explicaban todo a la perfección para que lo pudiese seguir bien. Daba gusto trabajar allí, hasta que aquel día mi parecer dio un giro de 180 grados: “fetos”.
Me vuelvo a sentar en la mesa e intento continuar con mi trabajo. No puedo. Mi cabeza sigue estancada en esa conversación. Me la repito una y otra vez en busca de algún error o posible malentendido. No lo hay. Sus palabras habían sido claras y concisas. La decisión ya está tomada. Me voy. Y me voy con mucha angustia. Angustia por esas vidas. Pensar que a esos niños se les privará del derecho a la vida y que encima otros se aprovecharán de ello me parece aterrador. Angustia por la indiferencia de mis compañeros. Si ellos, que son los más saben sobre el ser humano no lo defienden, ¿quién lo hará sino? Y angustia por mi profesión. ¿Cómo voy a poder trabajar en la investigación si esta barbaridad está la orden del día? Pero al mismo tiempo me voy con mucha paz. Paz por hacer lo correcto. Paz por defender la vida del más vulnerable. Y paz porque Él está conmigo.
Nuria