La conversión de Isaac: “Pensaba que lo tenía todo, pero me faltaba Dios”

07/04/2025 | By Arguments

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La historia de Isaac es un testimonio vivo de que Dios nunca se cansa de salir al encuentro del hombre. Como decía San Agustín “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Así se podría resumir esta historia. El punto de inflexión le llegó de la manera más inesperada: una película que, aunque presentaba una versión distorsionada de la historia de Alexia, una joven que afrontó con fe y valentía una enfermedad terminal, despertó en él un anhelo profundo de conocer la verdad. Lo que comenzó como una simple curiosidad se convirtió en el inicio de su conversión y en el descubrimiento de Dios, quien había estado siempre esperándolo. 

*Testimonio publicado originalmente en la web del Opus Dei: https://opusdei.org/es-es/article/conversion-alexia-gonzalez-barros-isaac/

Una vida aparentemente perfecta, pero vacía

Desde pequeño, Isaac tuvo lo que muchos considerarían una vida ideal. Criado por sus abuelos, especialmente por su abuela, que le transmitió el amor a Dios con su fe firme y sencilla, creció sin grandes restricciones. Sin embargo, al llegar la adolescencia, se dejó llevar por la diversión y los excesos: fiestas, botellones y una vida sin límites.

Al terminar sus estudios, consiguió un buen trabajo, empezó a ganar dinero y se dio todos los caprichos: una moto, un coche deportivo, un apartamento en la playa… “¡Lo tenía todo!”, dice al recordar aquella etapa. Pero la felicidad que buscaba en las cosas materiales nunca llegó, aquello no le bastaba. Cuanto más tenía, más grande era el vacío en su interior. Le sobraba el coche, le sobraba la moto, le sobraba todo.

“Si me hubieran dicho que acabaría en una peregrinación a Fátima, me habría reído”

Isaac no buscaba a Dios. Al menos, no conscientemente. Pero Dios sí lo buscaba a él. Durante años, se rodeó de amigos con los que compartía fiestas y diversión, pero pocas relaciones profundas. Sin embargo, un verano volvió al pueblo un antiguo seminarista que se sumó a su grupo y, aunque disfrutaba de la vida social, también les hablaba de la parroquia e intentaba acercarlos a la fe.Isaac no mostraba mucho interés, pero un día terminó asistiendo a un encuentro donde conoció a un sacerdote joven de Toledo. Conectaron de inmediato y, tras varias conversaciones, el sacerdote le propuso ir a una peregrinación a Fátima. Recuerda que le dijo que fuera a su ritmo; se lo tomó tan en serio que no volvió a la parroquia en un año.

Sin embargo, cuando llegó el momento, sintió un deseo inexplicable de ir a Fátima. Organizó el viaje con cuatro amigos y se sumó a parte del plan. Lo que vivió allí le sorprendió: jóvenes que vivían su fe con autenticidad y alegría. Aquello le impactó, pero al regresar, la rutina y el trabajo lo absorbieron nuevamente. Poco después, se trasladó a Pamplona para seguir creciendo profesionalmente. Creía que aquella experiencia había quedado atrás. Pero Dios nunca deja de llamar, Él seguía moviendo los hilos. 

El punto de inflexión: la película Camino

Era una tarde cualquiera en Pamplona. Isaac solo quería desconectar del trabajo y alquiló Camino. No tenía grandes expectativas, pero a medida que avanzaba la historia, algo dentro de él comenzó a removerse.Le impactó ver cómo Alexia y su familia se enfrentaban al sufrimiento con tanta paz y eran capaces de ser felices a pesar del dolor. La película desencadenó una intensa discusión con personas cercanas sobre la Iglesia y el Opus Dei. Le lanzaban preguntas y críticas: ¿Cómo sabes que esa alegría es real? ¿No será una fachada? Pero él no conseguía quitarse de la cabeza esta cuestión: “Si ellos pueden vivir así en medio del dolor, quiero saber por qué. Quiero conocer a su Dios. Quiero ser feliz como ellos”.

No tenía relación alguna con el Opus Dei, pero recordó a su abuela y su fe sencilla y firme. Sintió que no podía juzgar algo sin antes conocerlo. Necesitaba respuestas. Lo que comenzó con una simple película para pasar el rato, producida -todo hay que decirlo- con una clara intención de crítica y tergiversación de la fe y el Opus Dei, se convirtió en el punto de inflexión de su conversión. Su corazón había iniciado una búsqueda que lo cambiaría todo. Y desde ese momento, descubrir la verdad sobre la vida de Alexia y experimentar aquella alegría auténtica se convirtió en su prioridad.

En busca de respuestas

La inquietud de Isaac crecía. Necesitaba respuestas. Comenzó a buscar información en internet, a leer todo lo que encontraba sobre Alexia. Se compró varios libros, pero fue la biografía escrita por Miguel Ángel Monge, capellán de la Clínica Universidad de Navarra, la que terminó de marcarle. Saber que aquel sacerdote había acompañado a Alexia en sus últimos momentos le impulsó a dar un paso más: si estaba en Pamplona, ¿por qué no ir directamente a la clínica en busca de alguien que pudiera ayudarle a conocer a ese Dios que transformaba el dolor en amor?

Pasaron meses hasta que reunió el valor suficiente para presentarse allí y preguntar por un sacerdote. Sin saber muy bien por dónde empezar, Isaac se plantó en el despacho de capellanía y contó su historia: su vida, sus dudas, el impacto que Camino había tenido en él y su deseo de recibir formación cristiana. El sacerdote lo escuchó con atención y le dio el contacto de un miembro del Opus Dei que podía ayudarle. Así fue como conoció a Paco, quien desde ese día se convirtió en su director espiritual y en un gran amigo. “Es un guía increíble, siempre dispuesto a escuchar y ayudarme a encontrar respuestas”, diría más tarde Isaac.

Aquel invierno, cuando regresó al pueblo, sus amigos no entendían qué le pasaba. Su vida había dado un giro radical: pasaba tiempo con sus abuelos, buscaba al sacerdote de Toledo para confesarse y recibir orientación. Ya no salía con su cuadrilla, no bebía, no iba de fiesta. Vendió su moto y su apartamento en la playa. Poco a poco, dejaba atrás una existencia vacía para llenarse de Dios.

El poder de la oración

El camino de conversión de Isaac no estuvo exento de dificultades. Para mantenerse firme, se apoyó en la oración, la confesión y la dirección espiritual, que se convirtieron en sus pilares fundamentales. Empezó a participar activamente en la parroquia, descubriendo la alegría de compartir con otros lo que él mismo estaba recibiendo. En este contexto, conoció a un grupo de jóvenes con los que forjó una verdadera amistad, que le ayudaron a fortalecer su fe. Y así, entre lecturas inspiradoras, conversaciones con Paco y los encuentros con sus nuevos amigos, fue conociendo verdaderamente a Dios. 

Un día, después de explicarle el misterio de la Eucaristía, Paco le llevó a la capilla de adoración perpetua de la ciudad. Se detuvo en la puerta y le señaló la Custodia con el Santísimo Expuesto: —”Mira, aquí está Jesús. Está presente las 24 horas del día, los 365 días del año. Puedes venir siempre que quieras a hablar con Él, a descansar o simplemente a estar en su presencia”. Se quedaron unos minutos en silencio, pero Isaac solo quería salir de allí. Sentía una inquietud extraña, como si el banco en el que estaba sentado le pinchara. Sin embargo, más tarde, después de cenar, algo en su interior le impulsó a volver. Regresó solo y se sentó en el último banco de la capilla. Y allí, en esa quietud inesperada, sintió una paz que nunca antes había experimentado. “Me sentí increíblemente feliz, como cuando uno está enamorado”, recuerda.

Desde aquella noche, la adoración se convirtió en un hábito. Después de cenar, volvía a la capilla y se quedaba rezando frente al Santísimo. Al principio, no sabía qué decir ni qué hacer. Solo se sentaba en silencio, miraba al Señor y sentía que Él le miraba a él. En ese intercambio silencioso, encontraba un consuelo profundo. Un día, leyendo la historia del santo cura de Ars, descubrió la anécdota de un pastor que pasaba horas en la iglesia. El santo le preguntó qué hacía allí tanto tiempo y el hombre respondió: “Yo le miro y Él me mira”. Al leer esas palabras, Isaac sintió una alegría inmensa. Sin saberlo, él estaba haciendo lo mismo. “Yo le miro y Él me mira, y eso me transforma”, afirma.

Un retiro transformador

Animado por su párroco, Isaac decidió apuntarse a un retiro de Emaús. Durante aquellos días de oración y silencio, experimentó una paz inmensa, como si todas sus preocupaciones se disiparan en la presencia de Dios. Pero hubo un momento que marcó especialmente su experiencia: la confesión. “Me confesé con un sacerdote que me ayudó a ver la misericordia de Dios de una manera nueva. Salí de allí sintiéndome renovado y en paz”, dice. Y, por primera vez en su vida, tuvo la gracia de perdonar de verdad a sus padres.

Los testimonios de otros participantes también jugaron un papel fundamental. Escuchar cómo otros habían encontrado a Dios en sus vidas le dio esperanza y le hizo sentir que no estaba solo en su búsqueda. Aquel retiro no solo le ofreció respuestas, sino también herramientas y valor para seguir avanzando en su camino de fe.

La gracia del perdón

La fe renovada no sólo transformó su vida, sino también sus relaciones familiares. Con paciencia y dedicación logró acercarse nuevamente a sus padres, con los que apenas mantenía contacto. Su madre incluso participó en un retiro similar al suyo antes de fallecer debido a una enfermedad terminal. 

La relación con su padre también cambió por completo. Aunque vivía en Alicante y nunca habían sido especialmente cercanos, Isaac buscó la forma de reencontrarse con él. Le propuso hacer juntos el Camino de Santiago como una oportunidad para conocerse mejor. Ese fue el inicio de una nueva etapa para ambos. Año tras año, fueron recorriendo diferentes rutas: primero desde Sarria, luego el Camino Portugués y otras etapas más. Durante una de ellas, Isaac lo llevó a su parroquia, donde lo presentó a su comunidad y lo animó a confesarse y participar en la misa. “Fue una experiencia preciosa”. Dios no solo había sanado su corazón, sino también el de sus padres. 

Discerniendo su vocación

Isaac participaba cada vez más en convivencias y campamentos con sus amigos de la parroquia. Fue en ese entorno donde nació su admiración por Tere, cuya forma de vivir la fe le cautivó. Pero Isaac tenía claro que quería hacer la voluntad de Dios, convencido de que sólo en ella encontraría la verdadera felicidad. A medida que su relación avanzaba, ambos comenzaron a discernir si el matrimonio era el camino que Dios tenía preparado para ellos. 

A pesar de la certeza que iba naciendo en su corazón, Isaac no estaba exento de miedos, en gran parte debido a la historia de su propia familia. “Llevaba a cuestas la mochila de mi pasado: relaciones anteriores, errores cometidos, heridas no sanadas. Me aterraba la idea de comprometerme y quizás enfrentar un fracaso similar al de mis padres. También me preguntaba si tenía lo necesario para ser el hombre que Tere merecía, si podría ser un buen esposo y padre”, confiesa. “Pero Tere me apoyó incondicionalmente, y su fe en nosotros me dio la fuerza para seguir adelante”. Dios había guiado cada paso de su camino, y ahora estaban listos para comenzar una nueva etapa de su mano como marido y mujer.

“Gracias a Alexia descubrí el amor de Dios y formé mi familia”

Hoy, Isaac y Tere son marido y mujer, padres de cuatro niños. Su vida, como la de cualquier matrimonio joven, está llena de desafíos: hacer malabares para llegar a fin de mes, equilibrar el trabajo con la familia, etc. Un torbellino diario que, aunque agotador, se vive con amor y confianza en Dios.

Cada obstáculo es una oportunidad para crecer juntos, apoyándose el uno en el otro y en la fe que los une. Saben que no están solos en este camino, que Dios les da la fuerza y la gracia necesarias para seguir adelante. Isaac se siente un privilegiado. “Solo puedo dar gracias a Dios y a Alexia. En cierto modo, siento que le debo mucho. Su historia fue el punto de inflexión en mi vida, el inicio de un camino que me llevó a descubrir el amor de Dios y a formar la familia que hoy tengo”.

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