Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos» (Mt 27, 41-42). ¡Si eres el hijo de Dios, baja de la Cruz! Soy escriba, un miembro destacado de la sinagoga. No me parecía que fuera compatible con el Amor de Dios un suplicio como ese. Esto confirmaba mis sospechas: Jesús era un mentiroso, uno más de una larga cadena de farsantes, de iluminados que pretenden cambiar el curso de la historia.
http://www.arguments.es/wp-content/uploads/vocacion/2018/11/escriba-al-pie-de-la-cruz-300x216.jpg" alt="" width="550" height="397" />¿Por qué hay gente que siempre quiere cambiarlo todo? Por qué arriesgarse si ya uno tiene todo bajo control. Mejor es que cada uno siga su camino, no entrometerse en el devenir para intentar invertirlo. Quedarse como está, aceptar el destino. Así pensaba yo aquel viernes. Así le daba una y otra vez vueltas a la idea de que habíamos hecho lo correcto. Así trataba de aquietar mi pobre conciencia golpeándola y maltratándola sin piedad para que cediera a mis pretensiones. Me venían una y otra vez sus palabras como si las oyera ahora: perdónales porque no saben lo que hacen. Yo huía pero Jesús me quería perdonar. Yo rechazaba el pecado negándolo, Jesús cargándolo sobre sus espaldas. Yo me escurría de su amor, su ternura y su abrazo protector. No quería admitir que necesitaba un Salvador y que era un hombre, uno como nosotros. En realidad me di cuenta de que quería salvarme yo mismo, quería estar a la altura, dar la talla, no deberle nada a nadie. Me daba miedo recibir amor porque no sabía si sería capaz de corresponder. Al final resulta que aunque parecía muy seguro, estable e inconmovible, era justo todo lo contrario. "Perdónales porque no saben lo que hacen". No dejaba de venirme esa música suave a mis oídos. Era tan dulce y maravillosa que me daba miedo creérmelo. Me daba pavor despertarme y que fuera todo una pesadilla. Era tan diferente la vida si él era realmente el Hijo de Dios y si precisamente por eso no había bajado de la Cruz.
Es verdad que no sabía lo que hacía. Ahora pienso que nunca he sabido lo que hacía. Toda mi vida la he dedicado a ahogar lo que venía de mi corazón. Me parecía que no era relevante. He estado poniendo miles de barreras pero al final ha estallado. No puedo llevar yo solo una carga tan grande. Necesito alguien que me ayude, me acompañe, me perdone, me salve. Mientras huía del calvario eché una última mirada y me encontré a María, la Madre de Jesús, rota por el dolor pero con la misma expresión de paz que su Hijo. Era como si ella también estuviera salvando a los hombres. Me entraron ganas de decirle que se fuera, que abandonara el Calvario, que bajara de su Cruz. No se lo dije pero pensé que sería tremendo su dolor. No se revelaba. No le pedía a su hijo que bajara. No era cobarde como yo. Esa fue la gota que colmó el vaso. Bendita gota que me bajó de mi nube, me arrojó al suelo y me devolvió a la realidad.
«Gracias Jesús por no bajar de la Cruz, por no haberme hecho caso, por perdonarme y quitarme todo temor, por excusarme diciendo que no sabía lo que hacía. Quiero acompañarte, quiero nunca más dejarte, quiero estar para siempre junto a ti. Gracias María por ser tan fuerte, tan buena, tan madre. Quiero ser tu hijo pero me da vergüenza, tengo el corazón lleno de soberbia, protegido con mil corazas, lleno de miedo a los demás pero sobre todo a mí mismo. Haz que no me escape del Calvario, que no huya del amor de tu Hijo, que no me quiera bajar de tus brazos, que no abandone nunca tu regazo».