Celebramos que Jesús, el Hijo de Dios, nace, se hace uno de nosotros. Si lo pensamos despacio nos daremos cuenta de que ¡es una locura! Dios no se ha hecho ángel, ni un animal, ni un perro…. Pero ¡se ha hecho hombre! La Encarnación no es ponerse un disfraz. Sino tomar nuestra naturaleza. Dios y Hombre (una persona, dos naturalezas). ¡La humana es real y verdadera! Jesús sabe lo que es el cansancio, la tristeza, el dolor, el amor, la traición, la angustia, la muerte de un amigo… “Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Es tan poderoso que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como niño indefenso para que podamos amarlo. Es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender a un establo para que podamos encontrarlo y, de este modo, su bondad nos toque, se nos comunique y continúe actuando a través de nosotros. Esto es la Navidad: “Tu eres mi hijo, hoy yo te he engendrado”. Dios se ha hecho uno de nosotros para que podamos estar con él, para que podamos llegar a ser semejantes a él. Ha elegido como signo suyo al Niño en el pesebre: él es así. De este modo aprendemos a conocerlo. Y en todo niño resplandece algún destello de aquel “hoy”, de la cercanía de Dios que debemos amar y a la cual hemos de someternos; en todo niño, también en el que aún no ha nacido“, Benedicto XVI.
Estar con Jesús, con María y con José, es estar alegre. Cuando estamos tristes es cuando nos alejamos de ellos; o cuando estando cerca, nuestro corazón está lejos (hacemos las cosas pero sin sentido, con rutina, por cumplimiento). Alegría porque no merecemos el amor de Dios, no nos quiere por nuestros méritos, por lo que hacemos o valemos, sino por el hecho de ser. Nos quiere a cada una como únicos e irrepetibles. Dios solo sabe contar hasta uno. Que el trabajo, la preparación de la celebración, lo de fuera, no nos robe nuestra alegría, lo importante: que Jesús se ha hecho Niño para estar contigo, con cada uno. ¡No lo perdamos de vista! “El misterio de la Navidad, que es luz y alegría, interpela y golpea, porque es al mismo tiempo un misterio de esperanza y de tristeza. Lleva consigo un sabor de tristeza, porque el amor no ha sido acogido, la vida es descartada. Así sucedió a José y a María, que encontraron las puertas cerradas y pusieron a Jesús en un pesebre, «porque no tenían [para ellos] sitio en la posada»: Jesús nace rechazado por algunos y en la indiferencia de la mayoría. También hoy puede darse la misma indiferencia, cuando Navidad es una fiesta donde los protagonistas somos nosotros en vez de él; cuando las luces del comercio arrinconan en la sombra la luz de Dios; cuando nos afanamos por los regalos y permanecemos insensibles ante quien está marginado. ¡Esta mundanidad nos ha secuestrado la Navidad, es necesario liberarla!“, Papa Francisco.
La Navidad es la fiesta de los valientes, de los que se ponen en manos de Dios (o lo intentan) porque se dan cuenta de que solos no pueden nada, pero con Él, lo pueden todo. Y somos valientes por reconocerlo, por dejarle el control a Jesús y que guíe él nuestra vida, nuestras circunstancias, etc. «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». En este niño, Dios nos invita a hacernos cargo de la esperanza. Nos invita a hacernos centinelas de tantos que han sucumbido bajo el peso de esa desolación que nace al encontrar tantas puertas cerradas. En este Niño, Dios nos hace protagonistas de su hospitalidad. Conmovidos por la alegría del don, pequeño Niño de Belén, te pedimos que tu llanto despierte nuestra indiferencia, abra nuestros ojos ante el que sufre. Que tu ternura despierte nuestra sensibilidad y nos mueva a sabernos invitados a reconocerte en todos aquellos que llegan a nuestras ciudades, a nuestras historias, a nuestras vidas. Que tu ternura revolucionaria nos convenza a sentirnos invitados, a hacernos cargo de la esperanza y de la ternura de nuestros pueblos“, Papa Francisco.
En Navidad tenemos que poner en juego la creatividad de la caridad; la imaginación del cariño. Con Dios (para hacernos como niños y rezar junto al belén, imaginando que soy cada día un personaje del belén). Para besar al Niño Jesús, físicamente, pero también con mis sacrificios pequeños escondidos, con mis piropos que le digo durante el día, con mi volver a empezar cuando me doy cuenta de que me he despistado… Imaginación, para querer a los demás en lo grande y en lo pequeño. Rozándome con mi familia. Interesándome por sus cosas en particular; siendo apoyo de nuestra madre…
A San Josemaría le gustaba hacer la oración imaginándose que era un personaje del Belén. Siendo un joven sacerdote tenía devoción a una talla del Niño Jesús del convento de Santa Isabel, de Madrid: le mecía, le cantaba y bailaba con él: “Me gusta verte chiquitín para hacerme la ilusión de que me necesitas”.
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Este libro narra 12 historias de 12 protagonistas del belén, para que reces haciéndote niño delante de ese Dios que se hace pequeño para que nos sea más fácil acercarnos a Él.
Todo un Dios hecho Niño. Ese es mi modelo. A veces puedo pensar por dentro que siempre soy yo el que tiro la basura, recojo la cocina, friego los platos, hago la compra, envuelvo los regalos… y entonces me enfado y digo: ¡pues que lo hago otro! Dios no le encargó a un ángel salvarnos, vino Él mismo. Tenemos que aprender a darnos como la Virgen, que no piensa "qué paquete San José, que no ha encontrado sitio en la posada, y aquí estoy, en una gruta con animales apestosos dando a luz al Hijo de Dios". Tenemos que aprender a darnos también como San José, que no está culpándose toda la Navidad y lamentándose por haber tenido que acabar ahí, por no tener un lugar mejor para María y el Niño. Ese darse de María y de José es unión; es buscar a Dios detrás de las cosas, personas y situaciones; también de las que aparentemente no me gustan, me cuestan y me hacen sufrir. “He aquí el icono de la Navidad: un recién nacido frágil, que las manos de una mujer envuelven con ropas pobres y acuestan en el pesebre. ¿Quién puede pensar que ese pequeño ser humano es el “Hijo del Altísimo”? (Lc 1, 32). Sólo ella, su Madre, conoce la verdad y guarda su misterio. En esta noche también nosotros podemos “pasar” a través de su mirada, para reconocer en este Niño el rostro humano de Dios. También para nosotros es posible encontrar a Cristo y contemplarlo con los ojos de María. La noche de Navidad se convierte así en escuela de fe y vida”, San Juan Pablo II.
Jesús es el Amor de Dios hecho Hombre. Es el Verbo encarnado. Es el fruto del amor entre el Padre y el Espíritu Santo. Dios es Amor. Es la esencia de Dios, su modo de ser. Pon amor donde no hay amor y sacarás amor. Amar; pero sobre todo la Navidad es dejarnos amar por Dios. Acoger lo mejor que podamos el amor de Dios por mí. No hay cosa que más dolor cause que el amor no correspondido, que queramos mucho a una persona y que desprecie, pase por alto, no tenga en cuenta, nuestros detalles de cariño… Por eso a Jesús le duelen más las ofensas de un cristiano, que las de personas que no le conocen, viven alejadas de Él. Procura dejarte amar por el Señor y agradéceselo muchas veces esta Navidad, cuando le veas indefenso en la cuna de Belén. “En el niño de Belén, Dios sale a nuestro encuentro para hacernos protagonistas de la vida que nos rodea. Se ofrece para que lo tomemos en brazos, para que lo alcemos y abracemos. Para que en él no tengamos miedo de tomar en brazos, alzar y abrazar al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al preso”, Papa Francisco.
Belén es el comienzo. La estrella indica dónde está Jesús. Y Jesús nos muestra el camino para llegar al Cielo, para encontrar la felicidad. Ya en Belén se vislumbra la Cruz; Dios se hace Niño para salvarnos. La Salvación pasa por la pequeñez e indefensión, lo vemos en el pesebre y en el madero de la Cruz. Quién se acerca a Jesús no se va como viene. En Belén lo vemos: los pastores, los Magos… Seguir la estrella es seguir la voz del Señor a lo largo de nuestra vida. Seguir la estrella es pedir luces para ver mi vocación, el lugar que el Señor ha pensado para mí para hacerme feliz a mí y a mucha gente, en su Belén.