Rezar puede parecer cosa solo del alma, pero no lo es. Reza el hombre entero, cuerpo y alma unidos. Cuando elevo mi alma a Dios, cuando me introduzco en el coloquio amoroso con mi Padre Dios, no solo ejercito mi parte espiritual. Mi cuerpo tiene algo que decir. Tiene mucho que decir. El cuerpo ayuda mucho a mantener la oración y a darle el tono. Expresa lo que interiormente llevamos.
Vamos a comenzar por los cinco sentidos.
El gusto puede ser de ayuda, pues en la Eucaristía comemos y bebemos el Cuerpo y la Sangre del Señor (pan y vino). Son sabores que nos pueden ayudar a rezar. ¿Cómo será el banquete celestial del cual solo probamos el adelanto?
El olfato es otro sentido muy sugerente. El olor del incienso, con toda su amplitud aromática, es suave, huele bien. Es un olor que nos transporta al cielo, pues crea, con el humo elevándose, un halo de misterio y de oración grata que sube a Dios. Justamente lo que estamos haciendo. Las flores también desprenden una fragancia y el crisma (usado en celebraciones como bautizos, confirmaciones, unción de enfermos u ordenaciones sacerdotales y episcopales) el del buen olor de Cristo que se difunde. Ese buen olor que se difunde hemos de ser. El buen olor que desprenden las buenas obras, y no el olor a podrido que desprende el pecado.
La vista está presente en todos estos elementos que acabamos de nombrar. Ver elevarse el humo desde la tierra hacia lo alto del cielo evocan en el alma la sensación y las palabras del salmo. “Suba, Señor, mi oración hacia Ti como incienso en tu presencia”. Las flores tienen unos colores, y las vestiduras litúrgicas, las imágenes, etc. entran en el fondo de nuestra alma a través de los ojos. Con los ojos del cuerpo, los ojos del alma pueden ver. ">https://www.arguments.es/wp-content/uploads/liturgia/2019/02/kyle-smith-528220-unsplash-e1549532841524.jpg">
Escuchar las canciones que se cantan en misa, u otras canciones, es muy útil para rezar. La música ayuda a que quede grabada en el alma, gracias a la melodía, una letra. Se dice del canto gregoriano que es casto porque eleva a Dios. Escuchar las campanas, o la campanilla en la consagración, o las cadenas del incensario al incensar, avivan nuestra oración. Escuchar las palabras, palabras que Dios nos dirige y palabras que le dirigimos a Dios. Escuchar el silencio. Oídos atentos para poder escuchar la suave e inesperada voz de Dios que puede venir de donde menos lo esperemos.
El tacto es el último de los sentidos. Puede ser de ayuda en nuestra oración el tocar santos, mantos de la Virgen, túnicas… Pueden evocar a aquella hemorroísa que con solo tocar el borde del manto del Señor quedó sana, y la fe con la que se acercó a hacerlo. El sacerdote toca a Dios cada día al celebrar la Santa Misa. La humildad de Dios que se abaja hasta quedarse bajo la apariencia del pan y del vino en la Eucaristía, dejándose coger, partir y llevar de acá para allá.
No, rezamos con todo el cuerpo. Así, la posición que tengamos al rezar será importante. De rodillas, sentados, erguidos, con las piernas sin cruzar, postrados, tumbados con los brazos en cruz, manos juntas… infinidad de gestos y posiciones que a veces usamos y que expresan lo que el alma le está diciendo o pidiendo a Nuestro Padre del cielo. Nos ponemos de rodillas manifestando la adoración dada a Dios, reconociendo que somos criaturas suyas y Él es nuestro Creador. Nos ponemos en pie, erguidos, atentos, para expresar respeto.
Los gestos y posturas reflejan la atención y el cuidado que tenemos al hacer nuestra oración y el respeto que guardamos a Dios y a los hermanos en las celebraciones litúrgicas. No es lo mismo, por ejemplo, levantarse para escuchar el Evangelio que estar con las piernas cruzadas o tirado como un ovillo en una pared. La postura ayuda a recogerse interiormente y a profundizar en el misterio o en el aspecto que estamos celebrando o contemplando en nuestra oración. Hay que llevar cuidado con una cosa. No podemos basar nuestra oración en sentimientos, o en mecanicismos: si me pongo así, si hago esto, sentiré esto o lo otro. La oración es don de Dios y su fruto o que sea más fértil no depende de nosotros, aunque nuestras disposiciones cuenten. Ha habido santos que han pasado largos períodos de sequía en la oración, pero no por eso dejaron de hacerla. Al contrario, pedían que en ese desierto encontraran oasis. Lo principal e importante de la oración no es sentir, sino estar. Estar en presencia de Dios, sin importar nada más. “No siento nada”, y dejas de rezar. ¿Por qué no mejor: “No siento nada, pero aquí estoy, Señor, contigo para cumplir tu voluntad”?
Cuando reces pon todo de tu parte. Tus sentidos y tus gestos te ayudarán, pero no son lo principal. Lo importante es que tú, todo tú, te introduzcas en el diálogo amoroso con tu Padre. Basarlo única y exclusivamente en sentimientos y emociones es perder la parte espiritual de la oración y del propio hombre. Reza con todo tu cuerpo y con toda tu alma. Tu oración siempre será escuchada, aunque te parezca que no. “Me has formado un cuerpo. Entonces dije: Aquí estoy, dispuesto a hacer, oh Dios, tu voluntad” (Hebreos 10, 5.7).