El Tiempo de Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza. Este día tiene una liturgia peculiar y con un gran sabor penitencial. Es bien conocida la actitud penitente existente en el judaísmo y en los primeros siglos del cristianismo de hacer penitencia pública vistiendo de saco y cubiertos de ceniza. Hasta algún emperador romano llegó a hacerlo… Con la ceniza se avanza en el camino de la humildad del que se sabe, o quiere entrar en ese conocimiento, criatura, limitada, finita, mortal, pecador, y que, por tanto, no es Dios.
Antiguamente los judíos acostumbraban cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio y los ninivitas también usaban la ceniza como signo de su deseo de conversión de su mala vida a una vida con Dios. En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un "hábito penitencial". Esto representaba su voluntad de convertirse. Con el tiempo la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia acostumbra poner las cenizas al iniciar los 40 días de penitencia y conversión.
Estas cenizas no son cenizas cualquiera. Se hacen con los ramos que fueron bendecidos el Domingo de Ramos anterior y que, por tanto, nos han acompañado durante todo un año (más o menos). Es muy significativo este gesto. Se queman los mismos ramos con los que aclamamos al Hijo de David, al Bendito que viene en nombre del Señor, al Rey de Israel. Nos echamos las cenizas de la gloria sobre nuestra cabeza. Los que aclamaban al Señor en su entrada en Jerusalén podía vislumbrar entre las hojas de palma y olivo agitadas el monte del Calvario. La gloria de Jesús no consistía en entrar “triunfante y aclamado por el pueblo” en Jerusalén sino en consumar su Misterio Pascual, para lo que había venido a la tierra. Así, si queremos introducirnos en este camino de humildad y de salvación, hemos de “sacrificar” nuestras propias glorias, no perdiéndolas sino dándoselas a Dios.
La imposición de ceniza sobre una cabeza cabizbaja es signo de humildad, de reconocer nuestros pecados y limitaciones. Este gesto, acompañado de dos posibles invitaciones:
No es algo puramente exterior. Ha de ser la expresión del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal hacia la Cruz, pasando por purificar sus glorias para alcanzar la gloria que nunca se acaba.
La imposición de la ceniza, y por tanto el inicio del Tiempo de Cuaresma en la Iglesia y en la propia vida del cristiano, no termina ahí. Es momento de intensificar la lectura y meditación de la Palabra de Dios, de hacer más oración, ayuno, obras de caridad, mortificación, de tomarnos más en serio las implicaciones de nuestro Bautismo, de hacer penitencia por nuestros pecados, confesarlos y enmendar nuestra vida… En definitiva, de que nos convirtamos en un miembro bien dispuesto y preparado del Pueblo de Dios que se dispone a celebrar la Pascua del Señor. Pero no solo hay que preparase como comunidad, pues de nada sirve si no lo hacemos personalmente. Nosotros, cada uno de nosotros, algún día celebraremos de modo privilegiado y personal la Pascua cuando participemos en el misterio de la Muerte y Resurrección del Señor con la nuestra propia.