Hasta la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, el viernes inmediatamente anterior al Domingo de Ramos se celebraba la festividad de Nuestra Señora de los Dolores. Esta fiesta daba nombre al día que era conocido como “Viernes de Dolores”. Tras la reforma Nuestra Señora de los Dolores pasó a celebrarse el día 15 de septiembre, el día siguiente a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Pero en la mentalidad colectiva y en la piedad popular ha perdurado el llamar a este viernes así y dedicarlo especialmente a la Santísima Virgen. En muchos pueblos y ciudades se hacen procesiones, septenarios, novenarios… en honor a Nuestra Señora de los Dolores en torno a esta fecha.
¿Qué se celebra el Viernes de Dolores?
La celebración de Nuestra Señora de los Dolores es una antigua celebración mariana con muchísimo arraigo en Europa y en América. Prueba de ello son las numerosísimas muestras de piedad popular en torno a su devoción. En este día, tan próximo en su celebración antigua y que ha continuado, se contempla la figura de María en la Pasión, acompañando a Jesús en la distancia y sufriente al pie de la Cruz. La Virgen Dolorosa, como también se la conoce popularmente, encarna siete dolores que son contemplados piadosamente por los fieles. Estos dolores los sufrió María durante toda su vida y están muy relacionados con su Hijo. Era el cumplimiento de lo que le dijo el anciano Simeón al presentar al Señor en el Templo: “Y a ti una espada te atravesará el alma”.
Los 7 dolores de la Virgen
Los siete dolores de la Virgen muestran momentos claves de la vida de Jesús y de su camino hacia la crucifixión y muerte. Son los siguientes:
La profecía de Simeón: “Mira, éste ha sido destinado para ser caída y resurrección de muchos en Israel, y como signo de contradicción –y a ti misma una espada te atravesará el alma-, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones”. (Lc 2, 22-35)
La huida a Egipto: “Después de haberse marchado, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te avise, porque Herodes va a buscar al niño para acabar con él”. Él se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche y se fue a Egipto. Allí estuvo hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que anunció el Señor por el profeta al decir: “De Egipto llamé a mi hijo”, (Mt 2, 13-15).
La pérdida del Niño Jesús en el Templo: “Pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtieran. Pensando que iba en la caravana, anduvieron una jornada buscándolo entre sus parientes y conocidos; pero, al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca. Al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían estaban asombrados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verlo se maravillaron y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira cómo tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”. Y él les dijo: “¿Por qué me buscabais? ¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio”, (Lc 2, 41-50).
Encuentro con Jesús en la calle de la Amargura, camino al Calvario: "Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando encuentra a su Madre Santísima, junto al camino por donde El pasa. Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de Jesucristo. ¡Oh vosotros cuantos pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor! (Lam I,12). Pero nadie se da cuenta, nadie se fija; sólo Jesús. Se ha cumplido la profecía de Simeón: una espada traspasará tu alma (Lc II,35). En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la voluntad divina. De la mano de María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la Voluntad de su Padre, de nuestro Padre. Sólo así gustaremos de la dulzura de la Cruz de Cristo, y la abrazaremos con la fuerza del amor, llevándola en triunfo por todos los caminos de la tierra", Via Crucis, XIV Estación.
La crucifixión: "Estaban de pie junto a la Cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Viendo Jesús a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la tomó consigo. Después de esto, sabiendo Jesús que todo se había consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un vaso lleno de vinagre; y atando a una rama de hisopo una esponja empapada en el vinagre, se la acercaron a la boca. Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: “Todo está consumado”. E inclinado la cabeza, entregó el espíritu", (Jn 19, 25-30).
El descendimiento de Jesús muerto de la Cruz: "Al atardecer, como era la parasceve, esto es, la víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro ilustre del Sanedrín, que esperaba también el reino de Dios; y con valentía se llegó hasta Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto y, llamando al centurión, le preguntó si ya había muerto. Al asegurarse por el centurión, entregó el cuerpo a José. Este compró una sábana; lo bajó y lo envolvió en la sábana, lo puso en un sepulcro que estaba excavado en la roca y rodó una piedra a la puerta del sepulcro", (Mc 15, 42-46).
El duelo por la sepultura y la soledad: "Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por temor a los judíos, pidió a Pilato permiso para retirar el Cuerpo de Jesús. Pilato lo concedió. Fue, pues, y retiró el cuerpo de Jesús. Llegó también Nicodemo –el que antes había ido a él de noche- trayendo una mezcla de mirra y áloe, como de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron con lienzos y aromas, como acostumbran a sepultar los judíos. Había un huerto en el lugar donde fue crucificado, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que todavía nadie había sido sepultado. Como era la Preparación de los judíos, y por la proximidad del sepulcro, pusieron allí a Jesús" (Jn 19, 38-42).
¿Qué contemplamos el Viernes de Dolores?
Así, en Viernes de Dolores contemplamos piadosamente el dolor de una Madre transida de sufrimiento por su Hijo. Así nos la representa la iconografía: de negro, con una espada atravesándole el corazón, con lágrimas en los ojos, las manos con los dedos entrelazadas en actitud de súplica desesperada en medio del dolor y la cara desencajada de tanto sufrimiento. Pero en Viernes de Dolores contemplamos más cosas a parte de la Madre dolorosa que acompañó a su Hijo en toda su amarga Pasión. Contemplamos a una Madre sin consuelo pero que sigue confiando en Dios, que, al pie de la Cruz, le da su “sí” al cumplimiento de la voluntad de Dios. El “sí” de la Anunciación, su “hágase”, requería el “sí” doloroso y amargo al pie de la Cruz. Por mandato de su Hijo, al pie de la Cruz, se convirtió también en nuestra Madre. Fuimos engendrados en medio de lágrimas y de sufrimientos. María, como Madre nuestra, no deja nunca de acompañarnos en el camino de nuestra vida, y no deja tampoco de sufrir por sus hijos y con sus hijos. No es una madre insensible, es una madre dolorosa que está al lado de sus hijos en todo momento. Es la buena madre que nunca abandona.