Con la celebración de Cristo, Rey del universo, termina el año litúrgico. Esta fiesta, con tinte escatológico nos recuerda que el cántico cristológico de San Pablo a los filipenses se cumplirá y todos gozaremos con el Rey Jesús de la herencia que nos consiguió con su sangre: El Reino de su Padre Dios.
"Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre."
Filpenses 2, 6-11
La fiesta de Cristo Rey cierra el año litúrgico. En ella se profesa que Cristo es el centro de toda la historia humana, el principio y el fin, el Alfa y la Omega. Jesús vino al mundo a anunciar el Reino de Dios, un Reino que no es de este mundo pero que se empieza a vivir aquí, en la tierra. Cristo reina en nosotros, su realeza procede de sus méritos, virtudes, servicio y amor. Su Reino es universal, es decir para siempre y para todos los que permanezcan unidos a Él.
La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de marzo de 1925. El Papa quería animar a los católicos a reconocer en público su fe, y que quien manda y gobierna en la Iglesia es Cristo. La fijó en el domingo anterior a la solemnidad de todos los santos. En 1970 el Papa Pablo VI dio a la fiesta su actual título completo: "Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo" y la trasladó al último domingo del año litúrgico, destacando más el carácter cósmico y escatológico del reinado de Cristo, apuntando el tiempo de Adviento que anuncia la venida gloriosa del Señor. Se le daba también un sentido nuevo. Al terminar con esta fiesta se resaltaba la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Por eso esta fiesta tiene ante todo un sentido escatólogico, ya que celebramos a Cristo como Rey de todo el universo.
Pero sobre todo, Cristo quiere reinar en el corazón de cada uno de nosotros. Para eso tenemos que dejarle entrar. Si se lo permitimos, el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De tal manera que vamos instaurando el Reino de Cristo en nosotros mismos y después en nuestros hogares, trabajo, amistades y ambiente. La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, primero tenemos que conocer a Cristo. Para ello es clave la lectura del Evangelio, la oración personal y los sacramentos. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial en nuestra vida y no sólo de forma teológica. San Josemaría decía: "Que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo". Tres etapas que resumen a la perfección el itinerario de vida cristiana.
A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas. Un ejemplo son los mártires de la guerra cristera en México en los años 20’s, quienes por defender su fe, fueron perseguidos y todos ellos murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.
Para profundizar más en la figura de Jesús te recomendamos este curso que tenemos en Arguments sobre Jesucristo: 1. Cuestiones introductorias al estudio de Cristo 2. El testimonio bíblico sobre Cristo 3. El testimonio de la fe de la Iglesia en los primeros siglos 4. Cristología sistemática 5. Cristo, plenitud de gracia y de verdad 6. Cristo, mediador entre Dios y los hombres 7. Los misterios de la vida de Cristo y su eficacia redentora 8. La exaltación de Cristo
¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Míranos humildemente postrados delante de tu altar; tuyos somos y tuyos queremos ser; y a fin de vivir más estrechamente unidos a Ti, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a tu Sacratísimo Corazón. Muchos, por desgracia, jamás te han conocido; muchos, despreciado tus mandamientos, te han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadécete de los unos y de los otros, y atráelos a todos a tu Corazón Santísimo. Señor, sé Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Ti, sino también de los pródigos que te han abandonado; haz que vuelvan pronto a la casa paterna porque no perezcan de hambre y de miseria. Sé Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Ti; devuélvelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Concede, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a tu Iglesia; otorga a todos los pueblos la tranquilidad en el orden, haz que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: ¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén