https://www.arguments.es/wp-content/uploads/matrimonio/2019/02/beso-724x1024.jpg" alt="" width="724" height="1024" /> Me encanta escribir prólogos. Quizá por su naturaleza. El autor da varias pinceladas sobre un tema y suscita la curiosidad del lector. Y ya luego, se pone manos a la masa o mejor dicho, a la tinta. Pero esos primerizos trazos tienen el poder de llevarnos de un sitio a otro, de aquí para allá. Son ideas aparentemente inconexas, que luego rumiamos y conectamos mágicamente en nuestra mente.
Después de dos años de noviazgo católico quiero hacer un esbozo de qué es amar. Mejor dicho, de cómo estoy aprendiendo a amar. Parece una tontería, pero amar es más difícil de lo que uno presupone. Puntualizo, amar bien. No es tan intuitivo como dejar de gatear para adentrarse a caminar. El único propósito que persigue este texto es servir de ayuda a todos aquellos que no creen en el amor. También a los que se han desanimado en su búsqueda o a los que no dan con la fórmula. Para ello, contaré mi historia. Yo era una chica demasiado romántica como para salir con un chico. Me explico. Por mis venas correteaba Jane Austen. Sin embargo, un día bajé la guardia y me topé con él. Era un ejemplar curioso. Podías conversar con él sobre un amplio repertorio de temas, aparentemente solo quería dar paseos y le apasionaba la vida. Siempre que me dejaba en la puerta de mi casa, experimentaba un fuerte sentimiento de querer volver a verle. Pasaron varios paseos y me pidió salir. Cuando comenzamos todo fue un absoluto caos. Éramos totalmente opuestos y la mínima fisura derivaba en un catastrófico enfado. Sin embargo, no nos rendimos. Ambos albergábamos la esperanza de que lo nuestro merecía la pena. Y gracias a nuestra fe seguimos luchando.
El segundo aprendizaje derivó del anterior. Novias, quered a vuestros novios. Novios, quered a vuestras novias… Pero a Él queredle más. Al principio creía que cuando mi novio iba a misa o hacía retiros, me evitaba y por tanto, me quería menos. La realidad es la opuesta. Nunca descuidéis vuestro trato con Dios por la relación. Asumid que no sois dos, sino tres. Alimentad vuestro amor por Dios juntos y separados. Rezad juntos, leed textos religiosos juntos y tened detalles juntos (como bendecir la mesa) diariamente. Con esto alimentaréis el amor “del bueno” por el otro. No os engañéis, no existe un libro que hable tan bien del amor como la Biblia.
“El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no precede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás”.
Este texto no procede de la Wikipedia ni de un guion de una serie romántica estadounidense, sino de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Para mí, debería de ser el texto de cabecera de todos los novios católicos de la Iglesia.