Cristy Dangond: una historia de ciencia, fe y misericordia

04/02/2016 | Por Arguments

año de la fe

Año de la Misericordia

Ciencia y fe

Cristina Dangond Lacouture

Fernando Dangond Castro

misericordia

Mónica Lacouture

Hace poco menos de un año el neurólogo y científico de Harvard Fernando Dangond Castro escribía para Univisión y otros medios El poder de la oración en mi vida, un artículo en el que contaba la curación de su hija Cristy, que había sufrido un cáncer agresivo. Ahora, en pleno Año de la Misericordia, ha querido compartir su testimonio con nosotros. Te contamos su historia y después te dejamos una reflexión que Fernando hace sobre la misericordia divina.

https://www.arguments.es/wp-content/uploads/comunicarlafe/2016/02/DSC_0627.jpeg" alt="cristy_dangond_y_familia_arguments_comunicar_la_Fe" width="640" height="429" />De las llamas del infierno a la misericordia de Dios

El comienzo lo podemos situar en agosto del 2012. Fernando viajó a Jordania como parte de un trabajo en grupo del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), donde cursaba una maestría. Como estaba relativamente cerca, aprovechó y visitó Jerusalén, como turista. "Fui a muchos sitios santos, y le oré a Dios, pero todo el tiempo la pasé cuestionando si los milagros de Jesús que narraba la Biblia habían ocurrido de verdad". Fernando reconoce que muchos años de estudio y dedicación a la medicina y la ciencia le habían apartado de Dios: "Había crecido mi escepticismo". Cuatro meses después su escepticismo se pondría a prueba. El 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, tuvo que llevar a su hija de seis años, Cristina, a la zona de Urgencias del Hospital de Niños de Boston, por un fuerte dolor de cabeza. Cristina tenía un cáncer metastásico: "Se originaba en el toráx como una grandísima lesión, pero además cursaba con ocho lesiones adicionales en el cráneo, e invasión de las vértebras. Tenía un gran derrame pleural y colapso del pulmón izquierdo. Le daban semanas de vida. Como padre, sentí que me habían arrojado a las llamas del infierno, y que no tenía salida, por la angustia, el terror, el dolor y la impotencia que me causaba esta situación". Después de tres días de hospitalización, el pronóstico era desalentador. El examen de médula ósea mostraba que el 75% de las células en los huesos eran de cáncer. "Mónica -mi esposa- y yo decidimos que íbamos a confiar sólo en las estadísticas de Dios, no las humanas", cuenta Fernando. Solo faltaba un examen, la escanografía ósea. Los médicos le aseguraron que el resultado no iba a ser bueno. Empezaron el procedimiento y, de repente, su esposa se le acercó para decirle: “No me vas a creer lo que me acaba de pasar. Sentí que cuando oraba al lado de Cristy mi papá me habló y me dijo: 'No se han equivocado los médicos, Cristina sí tiene cáncer, pero quiero que sepas que ella va a ser un milagro de Dios en el Año de la Fe [2012-2013]. Por ella están intercediendo la Virgen de Guadalupe, Lourdes y Milagrosa, Santa Bernardita, Santa Filomena, Sor Teresa de Calcuta y otros santos. Dile a Fernando que él no pudo haber hecho nada por salvarme. Yo morí para poder estar hoy al lado de Cristina cuidándola, y al otro lado de ella también está el papá de Fernando. Cristina va a atraer mucha gente para que vuelvan a orar y se acerquen a Dios. Dile a Fernando que se acerque contigo adonde Cristina para que oren a Dios'". Después de esto, su esposa le preguntó: ”¿Me crees?". Él le contestó: “Por supuesto, yo creo en Dios, lo que no creo es en cuentos de brujas”. Fernando relata que se aproximaron a Cristina y comenzaron a rezar. A los pocos minutos Mónica, su mujer, le dijo otra vez que había sentido la voz de su padre, que le decía: “Ahora les van a dar una buena noticia”. Acabo la escanografía ósea y el radiólogo, sonriente, entró al cuarto y exclamó: “¡El examen es totalmente normal!”. Lo interpretaron como una señal de Dios. Fernando, agradecido, empezó a rezar todos los días en agradecimiento por la curación de Cristy. El tratamiento continuó y al mes y medio la revisión de seguimiento mostró que todos los tumores habían desaparecido. Un examen completo a los seis meses no mostraba rastros ni evidencia de cáncer. Los oncólogos reconocieron que nunca habían presenciado una recuperación tan acelerada. Pero no era el final. Meses después del final del tratamiento, Cristy tuvo una recaída. "Nosotros persistimos en nuestra fe", afirma Fernando. Otra vez volvieron las quimioterapias, pero nuevamente los tumores desaparecieron. "Esta vez los doctores estaban más asombrados aún, porque en esta etapa es mucho más difícil que los pacientes con esta forma agresiva de cáncer respondan a un segundo ciclo de tratamientos". Ahora Cristy sigue una vida normal. "Nunca se atrasó en el colegio, toma clases de tenis, de canto y de teatro, asiste a fiestas con sus amiguitas, y ha viajado con nosotros por todas partes, a pesar de los rigurosos tratamientos de quimioterapia", cuenta su padre. Él destaca que Cristy es una niña que tiene siempre una sonrisa en sus labios; es una lectora voraz y le va muy bien en el colegio. Pero sobre todo "tiene una fe en Dios pura, sólida e inquebrantable".

Reflexiones sobre la misericordia de Dios de un científico de Harvard

Antes de que pasara la enfermedad de Cristy, nosotros acudíamos a misa esporádicamente, y estábamos involucrados en la Iglesia de una manera muy superficial. Ahora somos una familia totalmente convertida a la creencia de que hay un Dios presente, que escucha nuestras oraciones, que vela por nosotros, que es bondadoso y misericordioso. Rezamos a menudo en familia y nos consagramos a Jesús y la Virgen. Ir a la misa es un momento de encuentro con Dios y un acto de respeto y humildad. También los retiros espirituales nos permiten ese silencio y deseo colectivo de acercamiento, y allí Dios también se manifiesta en nosotros. Es un Dios de un amor infinito y como buen Padre, siempre está allí para ayudarnos. Como buen Padre también sabe qué es lo mejor para sus hijos y por eso siempre tenemos que pedirle que se haga su voluntad, y aceptarla. Dios hace milagros todos los días, pero por nuestro afán por enredarnos cada vez más en el mundo material, nos cegamos y fallamos en reconocerlos. Nuestra fe y confianza en Dios son profundas y esto nos ha dado la gracia de experimentar muchas manifestaciones de su amor infinito en nuestro hogar. Por eso vivimos felices y lo alabamos permanentemente. Para aquellos que se encuentren en un momento triste y desolado de sus vidas, o que estén viviendo en la etapa del catolicismo "superficial", les recomiendo que simplemente suspendan la duda, embárquense en la aventura de la fe, abran sus corazones,  y digan con firmeza "Jesús, en tí confío", para que entren en un sendero de rosas y esperanza, un camino que los lleva al encuentro con un Padre infinitamente amoroso y misericordioso: Dios. Él es nuestro destino real. Un Dios de milagros que nos lleva a la felicidad verdadera.

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