El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos y le gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera (Mt 14, 6-7) No tengo nombre en el Evangelio. Sólo aparece el de mi madre y el del asesino de mi padre. Lo que de mí se cuenta allí es tremendo. Sin embargo, no sé si alguno se ha parado a pensar todo el sufrimiento que cabe en un corazón joven como era el mío. Era el centro, todos me miraban y hacían comentarios sobre mi belleza, mi destreza en el baile y mi capacidad de seducir. Pensé que eso me llenaba y creía que era lo más feliz que podía ser una joven a tan pronta edad. Lo tenía todo: la admiración, el poder, el atractivo, el dinero y muchos hombres que me deseaban como su esposa.
Cualquiera hubiera deseado estar en mi situación, pero yo sabía en el fondo que no tenía lo que más necesitaba: amor verdadero. Desde que recuerdo siempre he tenido que "comprar" el amor. No lo encontraba gratis por ningún lado. Nadie me ofrecía amor sin más, amor incondicional. Herodes había matado a mi padre para quedarse con mi madre. En un entorno así hay de todo menos amor verdadero. La impureza lo ensucia todo, lo corrompe todo y hace del amor, mejor de su ficción, su mejor arma, su mayor trampa. Yo, además, he ido empeorando todo. Sin darme mucha cuenta entré al trapo. Yo también comerciaba con el amor. Ponía mi precio, amaba siempre a cambio de recompensas y no me entraba en la cabeza ni en el corazón que se pudiera hacer de otra forma. Si alguien no correspondía o te fallaba era cuestión de buscar otro. Había mucho donde elegir.
http://www.arguments.es/wp-content/uploads/vocacion/2018/11/Hija-de-Herodías-con-la-cabeza-de-Juan-el-Bautista_opt.jpg" alt="" width="386" height="480" />Hay un hecho que es como el reflejo de toda mi vida. El día del cumpleaños de Herodes bailé especialmente bien y él me lo agradeció. Quiso ofrecerme lo que pensó que más me atraía. Yo solo deseaba que mi madre me quisiera y deseaba agradarle, pero me equivoqué: le ayudé a ser muy infeliz, a hacer más profunda su tremenda amargura. Quise comprarla, quise comprar su amor y me serví de su envidia, de su debilidad. Vendí a Juan, su vida, por comprar amor y me quedé mucho más vacía que nunca. Es muy fácil hacer perder la cabeza a los hombres. Con un baile me hice con la de Herodes y con la de Juan. Parecen fuertes pero no lo son. El Evangelio no cuenta nada más. Ojalá alguien supiera cuánto sufrí. Me daba mucho miedo que no me quisieran. Nunca había sentido que nadie me quisiera por mí. Por eso utilice todos mis talentos, verdaderos regalos de Dios, para seducir, para obligar a los demás a quererme. Justo eso era lo que hacía imposible un amor fruto de la libertad, que era el que yo ansiaba recibir. No quería recibir un precio, un pago, sino un regalo. Algo incondicional. Tuve miedo de no recibirlo e intente comprarlo. Ojalá pudiera hablar con muchos jóvenes para explicarles mi error, para gritarles que se dejen querer, que no intenten obligar a que les amen, que no compren algo que sólo puede regalarse, que se arriesguen a que no les quieran porque sólo así pueden ser queridas y queridos de verdad, libremente, por amor verdadero.
Yo me apropié de mi tesoro, de unas cualidades que no me había dado yo, pero así lo perdí todo. Por amarrar un poquito de cariño cerré mi corazón a una montaña de amor que se me ofrecía libremente. Tuve miedo de la libertad de los demás. No me fíe de nadie. Sobre todo no me fíe de mí misma. Ahora sé que lo hubiera hecho de otra forma. No me di cuenta del valor que tenía mi vida. Pensé que nadie me iba a querer si conocía cómo era mi corazón. Me valoraba muy poco. Más que poco yo diría que nada. No me respetaba. Tenía tanta necesidad de que me quisieran que pretendí obligar a los demás y recurrí al chantaje y a los trucos más rastreros, a sus debilidades. Rezad por mí para que algún día pueda recibir el Amor, el que nace de la libertad más grande, la de Dios, aunque sea después de purificarme hasta el fin de los tiempos.