Coronador de espinas: "Jesús estaba coronado con lo peor de cada uno de nosotros"

06/04/2020 | Por Arguments

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"Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!; y después de escupirle, cogieron la caña y le golpeaban la cabeza", (Mateo 27, 27-30)

No hay nada de lo que me arrepienta tanto como de aquello

«A ver si se le quitan las ganas de privilegios y honores a su majestad, el rey de los judíos». Así blasfemé yo, inconsciente por el vino bebido, en la noche del jueves de aquella semana tan difícil. No hay nada de lo que me arrepienta tanto como de esa broma cruel, estúpida y de muy mal gusto.  Tejimos con los mejores espinos una corona, mejor dicho un casco, para Jesús. La semana había sido terrible y lo pagamos con él. Además de beber un vino que hubiera sido el mejor veneno para matar ratas, estábamos hartos y agotados. Jesús era el blanco perfecto.

Pusimos toda nuestra creatividad al servicio de la humillación del Rey

Esa noche íbamos a saldar cuentas con la historia y dimos al rey su trato especial, su corona y su cetro. Nuestras reverencias nos hacían estallar en carcajadas grotescas y llenas de sarcasmo. No nos ahorramos ninguna vejación. Toda nuestra creatividad la pusimos al servicio de la humillación del Rey, del abatimiento de nuestro pobre preso.  Él no respondía con amenazas, ni castigos, ni cárceles. Nosotros le torturamos y él nos contó todos los secretos de su ejército, de su reino y de su gente. Al cabo de poco rato estábamos aburridos. No oponía resistencia, no había lucha, no tenía ningún aliciente. Era un rey vencido, destronado y rendido. 

http://www.arguments.es/wp-content/uploads/vocacion/2020/04/cristo-en-la-corona-de-espinas-peter-rubens_1-228x300.jpg" alt="" width="500" height="658" />Su recompensa era cargar con nuestro odio

Hicimos turnos para vigilarlo. Nunca se sabe. Hay que ser precavidos. Yo tenía que cuidarle de dos a cuatro. Al llegar la mitad de mi turno me quedé mirando a Jesús. No dormía, era imposible con esa corona. Estaba llorando, al menos eso me pareció. Pensé en cómo se sentiría un hombre en esa situación, pero traté de quitármelo rápido de la cabeza porque me aplastaba ese pensamiento. Su insignia era el abandono más completo, su honor unos espinos, su realeza nuestros insultos y escupitajos, su premio nuestras miserias. Estaba coronado con lo peor de cada uno de nosotros. Su recompensa era cargar con nuestro odio.  Mirándolo en la madrugada del viernes me pareció que esa carga, toda mi debilidad, a él no le parecía pesada. Lloraba pero no se quejaba. Intuí que lloraba por alguien, no por él. Entonces empezó a cobrar vida una idea. ¿Y si es inocente, y si hay tanta envidia que lo quieren eliminar? ¿Y si de verdad es rey y yo le he ultrajado? No era tan descabellado, pero no me dio miedo. No concebía que reaccionara de forma violenta, airada.  Coroné a Jesús con mis peores joyas y él las aceptó como regalos. Le hice rey con mi desprecio y su dignidad nunca desapareció. Descargué mis peores insultos y los convirtió en alabanza. 

Me había vaciado de todo lo mío y ahora lo llevaba él, en su corona

Cuando terminó mi turno sentí algo nuevo para mí. No quería marcharme de su lado. Eran las 4 de la mañana, llevaba más de 24 horas sin pegar ojo, pero no tenía ningún deseo de alejarme de él. Me había llenado de paz. Me había vaciado de todo lo mío y ahora lo llevaba él, en su corona. Mis espinas se le clavaban en su frente pero llegaban hasta su corazón. Tuve que rendirme ante la insistencia de mi compañero. Me dio mucha pena dejarlo en manos de un bruto que descargaría de nuevo todo su mal humor. Cuando ya me iba no pude resistir el volver a fijar mis ojos en él. Levantó la mirada y quiso decirme algo. Era como si me agradeciera la compañía, como si me liberara de todo lo que estábamos cumpliendo, como si me dijera que no me sintiera culpable. Nunca he vuelto a sentir que alguien me comprenda y me quiera de esa forma. Toda mi debilidad sanada en una madrugada solitaria. ¡Cómo me gustaría poder devolver a Jesús el favor tan grande que me hizo cuando clareaba el viernes, cuando hizo realidad su reino y sometió a todos los rebeldes!

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