"Muchos hablan hoy de los jóvenes, pero no muchos hablan a los jóvenes", lo afirmaba Pablo VI, próximo Santo, y lo repite el Sínodo. El término que más ha resonado en el Aula del Sínodo ha sido sin duda éste: ESCUCHA. Para la Iglesia, la escucha es un modo de ser y una cuestión teológica. Los jóvenes buscan esencialmente el diálogo, la autenticidad, la participación. Quieren ser escuchados y guiados para comprenderse mejor a sí mismos y a los demás. Necesitan el ejemplo de vida de otros.
Es urgente una pastoral renovada, capaz de escuchar y hacer propia la mirada amorosa de Cristo, pero también de hablar el lenguaje de los jóvenes, empezando por el lenguaje digital. Como Francisco expuso en el discurso de apertura del Sínodo, "sólo el diálogo puede hacernos crecer como Iglesia y construir un futuro lleno de esperanza". "La apertura en el hablar y la apertura en la escucha son fundamentales para que el Sínodo sea un proceso de discernimiento". "Los jóvenes están tentados de considerar a los adultos anticuados; los adultos están tentados de sentir que los jóvenes no tienen experiencia de saber cómo son y, sobre todo, de cómo deben ser y comportarse. Esto puede ser un obstáculo importante para el diálogo y los encuentros intergeneracionales". "Una Iglesia que no escucha está cerrada a la novedad, cerrada a las sorpresas de Dios, y no será creíble, sobre todo para los jóvenes, que inevitablemente se alejarán en lugar de acercarse". "El Sínodo es un tiempo para compartir".
Que los jóvenes no sean sólo el objeto, sino el sujeto del anuncio del Evangelio.
Importancia de revitalizar la Misa, la oración diaria y los sacramentos. Los jóvenes deben entender con la cabeza y creer con el corazón. Es necesaria una predicación alegre e inspiradora. Seguir las huellas de los santos.
Descubrir a los jóvenes que superar la tentación del activismo es necesaria la oración, indispensable para discernir su vocación. Rescatar espacios de silencio y de contemplación.
La familia juega un papel imprescindible en la transmisión de la fe y en la educación. Es donde aprendemos y experimentamos el amor, la confianza, el diálogo y el perdón.
La Iglesia debe ser Madre y Hogar para los jóvenes, especialmente de los que viven en situaciones de mayor dificultad.
La fe, junto con la educación y la cultura, se vuelven fundamentales para que los jóvenes que se ven obligados a migrar se integren en los países de acogida.
Ser verdaderos padres para ellos, y aliviar el drama que algunos experimentan al vivir separados de sus familia.
4. El abuso no debe tener cabida en la Iglesia
Tomar medidas para evitar que vuelva a suceder.
Recuperar la confianza en los sacerdotes, sobre todo en un momento en que la credibilidad es puesta a prueba por el escándalo de los abusos.
5. Necesidad de reflexionar sobre la sexualidad
Hay que hablar con valentía de la belleza de la propuesta cristiana sobre la sexualidad, sin tabúes.
Prestar atención y ayuda para recomenzar a los que no han vivido la castidad durante su noviazgo.
Aprender a escuchar el grito de los que sufren: prisioneros, afectados por adicciones o problemas de identidad, incluidos sexuales.
No pensar en resolver las cosas imponiendo prohibiciones sino promover el discernimiento, la conciencia, mirando a la persona, no reduciendo todo a categorías que clasifican.
7. El deporte, instrumento de evangelización
Deporte y fe se necesitan mutuamente para formar la mente, el cuerpo y el espíritu.