Resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios (Mc 16, 9).
¡Cómo no voy a estar agradecida a Jesús! Me lo ha dado todo. Yo había perdido hasta la última esperanza y ahora soy tan feliz. Si no fuera porque conozco muy bien a María, la madre de Jesús, diría que soy la mujer más feliz del mundo, pero es que ella es tan alegre, está tan llena de gracia y de gozo, que me conformo y me entusiasma ser la segunda. Cada vez que me doy cuenta de lo que Jesús me ama me llenó de emoción.
No me pregunto por qué me ha tocado a mí, pero realmente nunca había pensado que iba a ser tan feliz. Tan cerca de Jesús y de María, tan dentro de su corazón, tan presente en los mejores momentos, y también en los peores. A veces trataba de quitarme de en medio, porque pensaba que estorbaba en esas situaciones. Sin embargo, María se daba cuenta enseguida y me agarraba. Hacía como que se apoyaba en mí, que me necesitaba, pero era para retenerme. Jesús nunca me hablaba del pasado; era como si se hubiera olvidado de todo. Yo de vez en cuando le sacaba el tema y Él me pedía que lo dejara, que su Padre me había perdonado y que todo estaba curado, sanado y arreglado. ¡Qué paz me daban sus palabras! ¡Qué fiesta continua porque he regresado a «casa»! Yo también estaba gastando mi herencia de mala forma y él me devolvió mucho más de lo que perdí.
No puedo comprender mi vida más que como un regalo. He vuelto a nacer. Cada día es diferente. Después de estar tan mal, ahora despertarme es caer en la cuenta de que mi día tiene sentido, que alguien me espera, que mi vida es valiosa para él. Así es mucho más fácil vivir, luchar y sufrir. Y todavía mejor reír, disfrutar y amar. No tengo que darme vueltas: es muy sencillo. Él me ha buscado donde yo pensaba que estaba sola. No hay marcha atrás. No se arrepentirá. Podía haber elegido a cualquiera, por eso es un regalo. Yo no merezco nada después de cómo me he portado y de cómo he malgastado mi libertad. Ya sé que no es lógico. Él funciona –piensa, siente y ama- como nosotros, pero siempre hay “un plus”, un algo más que llega muy lejos. Yo estoy encantada y quiero vivir toda mi vida dándole gracias. ¡Qué bueno es Dios! Me gustaría no volver a perder y destrozar su regalo. Sé que es perfectamente posible. Ya he visto de lo que soy capaz y nada me extrañaría viniendo de mí. De todas formas, lo pasé tan mal, sufrí tanto, mi vida tenía tan poco sentido que siento pavor solo de pensarlo.
Jesús me inspira confianza, me hace no pensar en eso, me habla de lo contrario: de cómo va a pagarme lo que le quiero, lo que le doy. Es tan poco que me da vergüenza, pero a Él le parece una maravilla, lo mejor del mundo. Va a invertir todos sus recursos celestiales en hacerme la más feliz después de su madre. Ya he sufrido bastante, según Él. Ahora toca disfrutar. Por eso, el domingo vino a buscarme la primera. Pienso que es porque yo era la que más lo necesitaba, la más abatida. Tengo mucho corazón y eso me hace insegura. Con Jesús tenía paz pero sin él pensaba que moriría. Cuando lo vi morir en la Cruz pensé que el mundo entero se me venía encima. Me aplastaba. María me decía que tuviera paciencia, que confiara en él. Pensé que el dolor la había aturdido. Era yo la que estaba trastornada. Era solo cuestión de recordar las palabras de Jesús. ¡Qué gozada oír mi nombre dicho por él de nuevo! Lo reconocí enseguida porque nadie lo dice con tanto cariño.