¿Cómo descubrió su vocación? Nunca había pensado en ser religiosa, era algo ajeno para mí. Para ser sincera, no lo deseaba. De niña fui al colegio de las Hijas de la Caridad, que había en mi pueblo, y allí estaban “las monjas”, como las llamábamos. Mi mundo era otro, con aspiraciones -como las de toda joven- de formar una familia. También formaba parte de los grupos de Acción Católica donde semanalmente teníamos encuentros y catequesis: todo encaminado a tener una formación cristiana, pero sin pensar en llegar a un compromiso mayor. ¿Qué pasó entonces para que ese “compromiso” apareciera en su horizonte? Tenía 17 años y un sacerdote formó grupos de Adoración Nocturna en el hogar. Mi madre me invitó a participar en ellos, teniendo una hora de adoración al mes, ante el Sagrado Corazón de Jesús que teníamos en casa. Acepté y ahí me esperaba el Señor. Esa oración dio lugar a un encuentro más profundo con Dios e hizo que, poco a poco, se fuera metiendo en mi alma. También me hizo experimentar dentro de mí su gran amor y su amistad, que me movía a conocerle mejor. Jesucristo iba llenando mi vida de contenido y le daba un sentido pleno, más profundo. Así llegué a desear construir mi vida en Él, entregándome a su voluntad, a ser su testigo continuando la misión que Él había comenzado en el mundo. Todo lo demás fue perdiendo para mí el valor que antes tenía como único: amigas y amigos, el baile, las fiestas… lo propio de una joven que, siendo todo bueno, ya no me llenaba. Buscaba algo más, y entre dudas, a veces miedos, luces y sombras, el dejar a mis padres me aterraba: mi madre era muy sensible y yo lo era todo para ella. Me decidí a orar más este tema de una entrega total. Encontré un libro, “Ven y sígueme”, (de quién?) y a escondidas lo leía. Algo me aclaraba pero, al fin, se lo manifesté al confesor, que me ayudó a aclararme, acompañándome en este proceso. ¿Cómo llega a las Hijas de la Caridad? Pudo influir en mí ver la alegría de las jóvenes que estudiaban en el colegio y se preparaban para ser Hijas de la Caridad. No me parecían ya bichos raros. También, por entonces, una amiga mía que estudiaba interna en el colegio se quedó como aspirante, o la invitación o llamada, (Dios tiene sus intermediarios) que hacía ya algún año, me hizo una Hermana y se la rechacé diciéndole que yo sin vocación no entraría en ninguna parte. No volví a pensar más en ellas ni en ello hasta ese momento en el que, después de experimentar el gran amor que Dios nos tiene, surgió la pregunta: Si siento que Cristo me lo está pidiendo, que me está llamando a seguirle en radicalidad, ¿por qué no le respondo? Después de unos años de discernimiento, como aspirante, y luego en el postulantado, el 11 de mayo de 1962, a los 22 años, me admitieron como Hija de la Caridad en nuestro Seminario en Madrid, para una formación mayor en el conocimiento de Cristo -pues Él es nuestra regla- y en nuestro carisma propio. ¿Por qué piensa que su vocación ha sido un regalo? Porque nadie es digno de tal gracia. Pensar que todo un Dios se haya dignado elegirte a ti -que no eres nada ni nadie, que hay miles de jóvenes mejores que tú en todos los aspectos- para continuar su misión en el mundo para hacer lo que él hizo en favor de nuestros hermanos, solo tiene una explicación: porque Él ha querido regalármelo, sin méritos propios. ¿Qué es lo peculiar o único que ve en este regalo? Veo que Dios me ha amado con predilección y me sigue amando y quiere -como ya he dicho antes- que continúe su misión en el mundo a pesar de mis debilidades. Y que en todo el recorrido, con sus luces y sus sombras, Él permanece fiel a mi lado, aunque a veces no lo vea o no lo sienta. ¿Cómo se ha reflejado que también es un regalo para los demás? En la medida en que dejo pasar a través de mi vida, de mi vivencia evangélica, la bondad, el amor misericordioso de Dios a los demás en mi servicio, mi entrega, mi acogida... y les ayuda a descubrirlo, es un regalo para los demás. ¿Qué ha sido lo mejor de su vocación? El encuentro con Cristo, haber descubierto lo mucho que nos ama. ¿Qué es lo que más le ha costado entender de su vocación? Que a pesar de mi pobreza, Dios haya querido servirse de mí para continuar su obra, como ya he dicho anteriormente. ¿De qué o quién le han venido las mayores dificultades para aceptar este regalo de su vocación? De mí misma, a pesar de todo lo que he dicho antes, hubo momentos de resistencia por mi parte. Mis padres no pusieron obstáculos si era obra de Dios, pero su dolor era patente y yo también lo sufría y me frenaba. Cuando Dios mira el trayecto de su vida, ¿qué cree que ve? Verá de todo. Mucha ilusión, mucha entrega, mucho amor, alegría de servirle. Y en otros momentos, quizá lo contrario, pero siempre con el gran deseo de crecer en su amor y pidiéndole serle siempre fiel y que me conceda el amor con el que quiere que le ame a Él y a los hermanos.