“¿Queréis luchar por vuestro futuro?”, “¡¡Sí!!”. Un mes y una semana separan estas palabras de nuestro momento actual del mes de septiembre. Estas palabras quisieron retumbar en el mundo entero, pasar los límites de Polonia para que fueran escuchadas en todos los países de los que provenían los tres millones de personas allí presentes. Al volver a las clases de la universidad y ver a mis compañeros siento el impulso de recorrer con la mirada sus muñecas buscando una pulsera o algo que indique que el otro estuvo donde estuve yo; que permaneció entre la multitud sumergido entre las calles de Cracovia. Y si lo acabo encontrando no tardo ni un momento en preguntarle qué tal le fue, si le gustó. Supongo que como yo, otros tantos hacen lo mismo. Es de esperar. Un evento así, de tal magnitud y que cala tanto en uno mismo, no puede quedarse en una mera conversación que termina con tu opinión. No. Es una experiencia que merece seguir siendo vivida y, más allá de que lo merezca, todos salimos alentados por el Papa Francisco a ello y es algo que aún perdura en nuestros corazones. Polonia es tierra de Santos. Pero me quedo con que ahora, en la actualidad, en la gente que vive cada día sus vidas cotidianas —yendo al trabajo, a la escuela, etc—, había ejemplos de personas con un corazón inmenso que nos supieron acoger a todos los que llegamos a sus casas. Los días en las Diócesis son una gran experiencia de entrega, de ver como “tu familia polaca” se desvivía por ti. Y mientras peregrinábamos al Campus ellos salían a sus puertas y te refrescaban con sus mangueras y te rellenaban las botellas de agua. Así durante las siete horas de camino hasta el lugar de la Vigilia. Sorprende comprobar cómo tienen arraigada la fe y a mí me daban envidia: envidia de ver que tienen muy presente a Dios en su vida, sin importar la edad. Polonia ha sufrido desde hace mucho tiempo, siempre fue perseguida y callada, pero son gente fuerte, muy apoyada en su fe y eso se notaba en su patriotismo y su forma de vivir.
Las palabras que el Papa nos dirigió en el Vía Crucis estaban muy relacionadas con el sufrimiento, un sufrimiento que no ha dejado indiferente a Polonia y más en el siglo XX con lo ocurrido durante la ocupación nazi y la opresión comunista. “¿Dónde está Dios? ¿Dónde está Dios cuando las personas inocentes mueren a causa de la violencia, el terrorismo, las guerras? (…) ¿Dónde está Dios, ante la inquietud de los que dudan y de los que tienen el alma afligida?… Dios está en ellos”. Fue así como Francisco encabezó su meditación de las 14 estaciones, encadenadas con las 14 obras de misericordia, que no dejó a nadie indiferente ante su propia realidad y la ignorancia pasiva de la sociedad. Por lo menos a mí me pasó esto: ver Auschwitz y tener conciencia de que entras al cementerio, si cabe, más grande del mundo, te hace preguntarte por qué podemos hacer tanto cosas maravillosas como crueles.
Todo esto que hemos experimentado —y lo que personalmente he vivido—, es lo que tiene que continuar después de la JMJ un día, un mes y un año más tarde. Yo salí del Campus Misericordiae pensando mientras andaba hacia la estación de tren que tenía que creerme más lo de la Misericordia infinita de Dios: “Él sabrá sorprendernos con su perdón y su paz”, porque yo quiero ser misericordia para el mundo que me rodea. Y aunque sé que no es nada fácil, siempre queda levantarse una y otra vez e intentarlo de nuevo. Somos los jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia 2016 y en nuestro día a día debemos llevar la misma alegría en la cara que lucíamos con orgullo por las calles de la ciudad polaca. Y mantener la chispa siempre, por lo menos hasta poder recargarla de nuevo en Panamá 2019.