Jesús predicando. Rembrandt

31/03/2014 | Por Arguments

https://www.arguments.es/wp-content/uploads/arte/2014/04/Rembrandt_Harmensz._van_Rijn_-_Christ_Preaching_La_Petite_Tombe_-_Google_Art_Project.jpg|https://www.arguments.es/wp-content/uploads/arte/2014/03/rembrant-e1396368314707.jpg' style='height:auto;max-width:500px;width:100%;display:block;margin:auto;object-fit:cover'>
JESUS PREDICANDO Como hemos visto, la mayor parte de la vida de Jesús permaneció oculta en el seno del taller de su padre José. Cuando comenzó su misión –tras su bautismo y la selección de sus allegados– el cometido de Jesús fue comunicar su mensaje. Esto es lo que quiere contar Rembrandt. El Señor gesticula, como para realzar sus palabras. El público es variado, pero no pierde un ademán del Maestro. Rembrandt lo coloca, como iluminando el resto de la escena, que es lo que hacía Jesús con sus enseñanzas: arrojar luz sobre las tinieblas de las dudas y la ignorancia. Jesús predicó alrededor de tres años seguidos, hasta su muerte. Sus discursos gozaban de intensidad y resultaban tremendamete atractivos, pues los evangelios dicen en muchas ocasiones que el pueblo se agolpaba para oirle y que convocaba enormes muchedumbres que le seguían incluso hasta lugares apartados. Por un lado sabemos que –con profundo respeto a la Ley– Jesús criticaba, y muy duramente, el mero cumplimiento y sin corazón de unas frías normas. Así, tachó de hipócritas a aquellos que, faltando al amor a los demás, cumplían estrictamente los decretos de la Ley. Eso le dotó de gran prestigio y popularidad ante la gente sencilla que, a veces, no entendía bien el sentido de las normas. Decían de Jesús –y de este modo lo narra Marcos 1, 22– que era un hombre que “enseña con autoridad”. El contenido de su predicación era completamente novedoso, en el sentido de dotarlo de amor, amistad, benevolencia, mansedumbre, perdón... Solicitaba la conversión de los corazones. Hablaba del reino de los Cielos, es decir, de una sociedad justa, solidaria, fraternal, caritativa, ecuánime, pacífica, compasiva, misericordiosa y religiosa, en el sentido de tener en el amor a Dios y en el bien del projimo su único objetivo. Criticaba los abusos que se habían hecho de la Ley. Reprendía la doblez. Amaba la sinceridad. "Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no " (Mateo 5, 37). Echaba en falta el agradecimiento: "tu no me diste el beso de la paz, ésta en cambio desde que entré, no ha dejado de besarme los pies (…) no me has dado agua para los pies, ella en cambio me ha regado los pies con sus lágrimas” (Lucas 7, 44-56). Hablaba humildemente y rara vez (en tercera persona) de él mismo; si lo hacía, era de una manera velada: "El Hijo del Hombre [Jesús] no ha venido a ser servido sino a servir" (Mateo 20,28); y también predicaba de sí mismo: "el Hijo del Hombtre [Jesús] no tiene donde reclinar la cabeza" (Lucas 9, 58). Lo que quería era la felicidad de la gente a través de la conversión y predicaba lo imprescindible del amor. Calificaba el amor como novedad: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como yo os he amado" (Juan 13, 34). Hizo muchísimos gestos de humildad –lavó los pies a sus discípulos, cosa que era tarea de esclavos–, aunque en su prestigió era tratado como un Rabbí –un Maestro– e incluso quisieron entronizarlo. A esto último se negó: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18, 36). Jamás se metió en política, ni discutió ni se posicionó sobre ella, pese a las trampas que le tendían sus adversarios. En una ocasión le preguntaron algo de grandísima polémica, que era, precisamente, si había que pagar los impuestos al invasor. Jesús contestó con inmensa sabiduría, sin menoscabo de nadie: (Marcos 12, 13 y ss.): "¿es lícito pagar impuesto al César o no?(..) Jesús les respondió: dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En cuanto a la forma de su predicación, utilizaba el género de la Parábola (Marcos 4, 34): "nunca les hablaba sino en parábolas", que eran pequeños relatos ejemplificantes, con una moraleja religiosa y de caridad hacia los demás, o haciendo ver lo valioso de renuncias propias a favor de Dios y del prójimo y cómo eso valía más que los sacrificios. Esto era bien captado por el pueblo llano. También utilizaba formas aliterativas, como cuando expresa las Bienaventuranzas (Mateo 5, 3 y ss.): ”Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados (…) bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados (…) bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el reinos de los cielos”. También es reiterativo, cuando habla de las obras de misericordia (Mateo 25, 35 y ss.): “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me hospedasteis estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la carcel y vinisteis a verme”. En otras ocasiones exhorta y no deja de hacerlo si ha de condenar alguna conducta. Especialmente, le repugnaba la hipocresía (Mateo 23,13): “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!”. Otras veces hablaba de tribulaciones futuras (Lucas 21, 6): “os aseguro que no quedará [del Templo] piedra sobre piedra”, pero a su vez dotaba de esperanza a sus discípulos: “En la casa de mi padre hay muchas moradas (…) voy a prepararos un lugar” ( Juan 14, 1 y 2). Utilizaba ejemplos sencillos de la vida cotidiana, de las labores del campo, de la pesca, de las explotaciones agrarias, de amos y siervos, de las vides, de los higos, de las zarzas, de las labores domésticas, del tiempo atmosférico, de las estaciones del año, de la naturaleza… Iban dirigidas sus palabras a todo tipo de personas. Si es cierto que se centraba en el pueblo judío, no tenía ningún reparo en predicar a samaritanos (habitantes de Samaria, al norte de Judea y cismáticos del judaismo), a extranjeros no judíos, a hombres y mujeres sin distinción; a jóvenes, adultos y ancianos. E incluso mostró su predilección por los niños (Marcos 10,15): "En verdad os digo que quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en el”. En alguna ocasión, sus alocuciones fueron a escondidas, para que al interesado no se le acusara de connivencia con un revolucionario de la doctrina. Así sucede en el caso de Nicodemo, con el el que departía por la noche. Cómo sería la mirada y las palabras de Jesús, para que gozasen de tanta belleza frente a la gente. De tanta comprensión. De tanta autenticidad…

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