San Juan, el apostól que recibió a María

26/09/2018 | Por Arguments

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María

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vocación de san Juan

Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27) ¿Que por qué me llaman el discípulo que Jesús amaba? Habría que preguntárselo a Él, ¿no? De todas formas yo me voy a lanzar a daros una respuesta. Yo era el más joven, el que más corría y también quizá el que más me enfadaba. Pedro se ha quedado con esa fama pero a mi hermano Santiago y a mí nos llamaban los hijos del trueno, y no era un apodo poético.

… me pasa porque tengo mucho corazón

Yo tenía mucho carácter. Siempre he sido un cabezota y me salía con la mía siempre. Eso tiene ventajas e inconvenientes. Pienso que me pasa porque tengo mucho corazón. Mucho es mucho. Me da un poco de vergüenza reconocerlo. Todo me afecta intensísimamente. Eso hace que yo sea bastante perfeccionista y un poco, o más bien un mucho, rígido. Esa es la causa de muchos de mis enfados. Habitualmente vivo con un poco de tensión. Nunca estoy satisfecho de mí mismo y eso hace que salte con frecuencia con los demás. No es que sea un poco susceptible. En eso nadie me gana.

Yo estaba más necesitado de cariño

Pienso que Jesús se dio cuenta de todo esto desde el principio y me cuidaba especialmente. Yo estaba más necesitado de cariño y Jesús no escatimaba tiempo y esfuerzo para llenarme de paz en medio de mis luchas. Cuántas horas se pasó consolándome después de alguno de mis enfados que yo creía muy justificados. Por ejemplo cuando le pedí que lloviera fuego y azufre sobre una ciudad de Samaría que no nos había recibido. ¡Vaya panda de empanados, por no decir otra cosa! Él me hizo ver cómo sufrían, las cosas que les habían pasado y la pena que tenía porque estuvieran alejados de su Padre Dios. Fue tan maravillosa aquella conversación que llegué a tomarles mucho cariño. Por eso luego me encantó contar el encuentro de Jesús con la samaritana y todos los de su pueblo, Sicar. ¡Qué gran mujer! ¡Qué feliz estaba Jesús aquel día!

Jesús me enseñó a respetarme, a aceptarme

Seguro que muchos habréis pensado que yo era un alma sensible, que amaba mucho a Jesús, que cumplía todo lo que Él nos decía y que por eso me amaba especialmente. Sin embargo, la realidad es mucho mejor. Yo era el que más cariño necesitaba y así funcionaba el corazón de Jesús. No voy a decir que soy un desastre, porque Jesús me enseñó a respetarme, a aceptarme. Me decía que Dios no piensa eso nunca: en su diccionario no existe esa palabra.

… no sé qué hubiera hecho sin ti

Por eso me amaba y me cuidaba más. Por eso me llamó joven, para amarrar. No quería perderme. Yo estuve junto a la Cruz, el único de los apóstoles que tuvo ese privilegio. No fue mérito mío. Jesús encargó a su propia Madre que me llevara y María me lo pidió: no pude resistirme. Creía que ella me necesitaba y me hizo testigo directo de aquel momento tan maravilloso. Todo en mi vida ha sido un regalo pero lógicamente el mejor de todos fue entregarnos a su Madre. En medio de tanto dolor, envuelto con primor, dio en el clavo, en nuestro clavo. Nos dio lo que todos anhelamos: una madre, un corazón donde derramar todas nuestras penas, un corazón que nos necesita. Así es más fácil no quedarnos hundidos en nuestro dolor, sino tratar de consolar el suyo. No os imagináis lo que siente el alma cuando una mujer como María te dice: «Juan, menos mal que me has acompañado, no sé qué hubiera hecho sin ti». ¡Eso es el cielo!  

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