3. ALGUNOS ASPECTOS DE LA UNIDAD PERSONAL DE CRISTO

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

2. Lenguaje humano sobre el misterio de Cristo: la comunicación de idiomas

Venid a mí (Bloch)

Entre las diversas consideraciones que podrían hacerse sobre el lenguaje teológico, en Cristología hay una de particular importancia que es consecuencia directa de la Encarnación: la comunicabilidad y el cambio recíproco de las propiedades divinas y humanas de Cristo, denominada tradicionalmente con la expresión, de origen griego, comunicación de idiomas. 
Como Jesucristo es Dios y es Hombre, es posible nombrar a su Persona a través de palabras que hagan referencia a cada naturaleza. Se puede, en efecto, nombrar a Cristo como hijo de Dios, como Verbo, como Dios; pero se le puede también nombrar como Jesús de Nazaret, Hijo de David, etc. Y por esto, se puede atribuir a la Persona designada mediante un nombre divino atributos humanos; y, viceversa, a la Persona designada mediante un nombre humano, atributos divinos. Así, por ejemplo, se puede decir que Dios murió en la Cruz, que el Hijo de David es omnipotente, etc.

Este modo de hablar fue utilizado desde el inicio; es más, el mismo Nuevo Testamento nos ofrece expresiones típicas de la "comunicación de idiomas". Por ejemplo, cuando San Pedro, dirigiéndose a los judíos, dijo: "matasteis al autor de la vida" (Act 3, 15), atribuyó algo humano (el ser matado) a Jesús nombrado mediante su divinidad (autor de la vida). También en las palabras mismas de Jesucristo, podemos encontrar afirmaciones de este tipo: por ejemplo, cuando dijo a Nicodemo: "nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo" (Jn 3, 13); aquí Jesús se atribuye a sí mismo, designando mediante su divinidad (aquel que ha bajado del cielo) algo humano (subir al cielo). Cf. también Act 20, 28; Rom 8, 32; 1 Cor 2, 8; 1Jn 3, 16.

Los Padres hablan también a menudo de esta manera, especialmente cuando se refieren a la Pasión de Cristo como sufrimiento de Dios, para subrayar así el valor de la Pasión y muerte de Jesús. San Juan Damasceno (+ antes del 754) expuso así el fundamento de este modo de hablar: "El Verbo, ya que son suyas las propiedades de su santa humanidad, revindica para sí las propiedades humanas y hace partícipe a la humanidad de sus (divinas) propiedades, según una mutua comunicación" *.

La comunicación de idiomas  no puede hacerse arbitrariamente, sino sólo de modo que respete la verdad de la Encarnación. Por ejemplo, mientras que puede decirse —hablando de Jesús— que "Dios ha muerto", no se puede decir " la divinidad ha muerto"; como Cristo es Dios, es verdad que Dios ha muerto; pero, como ha muerto sólo en su humanidad, es falso, y también imposible, que haya muerto la divinidad. Igualmente, es exacto afirmar de Cristo: "este hombre es Dios", en cambio sería falso y herético decir: "la Humanidad de Cristo es Dios".
La teología, reflexionando sobre este lenguaje cristológico, establece unas reglas concretas para la comunicación de idiomas. Las principales reglas, recogidas por Santo Tomás, son las siguientes:

  1. Los nombres concretos de una naturaleza y sus propiedades, en las proposiciones afirmativas —no negativas—, pueden predicarse en Cristo de los nombres concretos de la otra naturaleza y de sus propiedades. Por ejemplo, se puede decir: Dios es hombre y el hombre es Dios; el Omnipotente padeció. Pero no puede decirse: el Hijo de Dios no nació (proposición negativa). Esta regla no puede aplicarse cuando se restrinja su sentido con alguna expresión reduplicativa (no puede decirse: Cristo en cuanto hombre es Dios), y cuando se modifique su sentido por algún término o expresión (no puede decirse: Cristo es sólo un hombre).
  2. Los nombres abstractos de una naturaleza no pueden predicarse de los nombres abstractos de la otra naturaleza y de sus propiedades. Por ejemplo, es falso decir: la deidad es la humanidad.
  3. Los nombres concretos -de una naturaleza y de sus propiedades- ordinariamente no pueden predicarse de las cosas abstractas. Así, no se puede decir: la deidad es pasible, la humanidad es eterna, Dios es la humanidad, la divinidad es humana.
  4. Los nombres abstractos de la naturaleza divina pueden predicarse de los concretos de la naturaleza humana por real identidad, aunque la expresión no sea gramaticalmente correcta. Es el caso de la proposición: Este hombre —Cristo— es la deidad, la Omnipotencia, etc.
  5. Los nombres abstractos de la naturaleza humana no se pueden predicar de los concretos de la naturaleza divina. No es lícito decir: El Hijo de Dios es la humanidad.
  6. Los adjetivos de la naturaleza divina no pueden predicarse de los nombres concretos de la naturaleza humana, aunque los adjetivos de la naturaleza humana pueden predicarse de los nombres concretos de la naturaleza divina. Por ejemplo, no se puede decir que Cristo es hombre deificado, ya que es Dios por esencia. Sí puede decirse que Cristo es el Verbo humanado.
  7. Las proposiciones que expresan el fieri  o comienzo de ser, aplicadas a Cristo, se han de emplear con mucha cautela. Así, la proposición Dios se hizo hombre es verdadera; la proposición El hombre se hizo Dios es ambigua, porque según como se entienda puede ser verdadera o falsa. La expresión Este hombre —Cristo— comenzó a ser, es falsa porque este hombre designa a la Persona, que es eterna.

Pero más importante que aprender las reglas particulares —fáciles de olvidar— es considerar siempre, al hablar sobre el misterio de Cristo, la realidad de la unión hipostática como ha sido definida por el Concilio de CaLcedonia. Así, por ejemplo, resulta fácil entender enseguida que sería un error decir que el Hijo de Dios no murió  y que, al contrario, sería exacto afirmar que el Hijo de Dios no murió en cuanto Dios , etc.
Como se puede apreciar fácilmente, la comunicación de idiomas  no es una simple cuestión marginal o sin particular importancia, ya que sirve para expresar adecuadamente nuestra fe sobre el misterio de Cristo, mientras que no tener cuidado de la precisión del lenguaje podría dar lugar fácilmente a la falsificación de la verdad revelada.




* S. Juan Damasceno, De fide orthodoxa, 3,  3 (PG 94, 993).