1. LA MEDIACIÓN DE CRISTO

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

7. El Magisterio de Cristo

Cristo ante los doctores (Schongauer)

Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo (Hb 1, 1-2). Los contemporáneos de Jesús esperaban un Mesías que a la vez fuera "el Profeta" (cf. Jn 1,21.25). Jesús es, pues, Profeta, enviado por el Padre. El mismo Padre ordena escuchar la palabra de Jesús (Cf Mt 17,  5).

Pero Cristo es más que profeta; Él es el Maestro, es decir, el que enseña por propia autoridad (Mt 7, 29). Esta autoridad propia con la que Jesús enseña, atestiguada por quienes le escuchan sorprendidos de verle enseñar de un modo y con una autoridad desconocida hasta entonces, está expresada por el mismo Jesús a través de las palabras Yo os digo (cf. Mt 5,22; Jn 8,51; etc.). Cuando Jesús cita textos del Antiguo Testamento, no sólo expone su doctrina a la luz del texto sagrado, sino que además explica el texto sagrado a la luz de sí mismo y con autoridad decisiva.

Sólo Jesucristo es el revelador perfecto de Dios: nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quiera revelárselo (Mt 11,27). Por eso, la enseñanza de Jesús es la plenitud de la divina revelación. Mientras que los profetas anunciaban lo que les había sido revelado, Cristo habla de lo que ve y conoce: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto (Jn 3,11).

El carácter supremo y definitivo de las enseñanzas de Jesús se fundamenta en su condición de Dios-Hombre, por la que sus palabras humanas son, en sentido pleno, palabras humanas de Dios. Jesús no enseña sólo la verdad, sino que El es la Verdad (Cf Jn 14,6), porque es el Verbo, la Palabra eterna y perfecta del Padre hecha visible en la carne. Él es, al mismo tiempo, el Maestro que enseña y la Verdad enseñada. Por esto, Cristo es Revelación de Dios en sí mismo, no sólo a través de las palabras sino también en todos sus actos: "con las palabras y con las obras (verba et gesta)" *: . De ahí que, el simple ver a Jesús sea ya ver al Padre (cf. Jn 12,45; 14,9).

"La majestad del Cristo docente, la coherencia y la fuerza persuasiva únicas de su enseñanza, se explican sólo porque sus parábolas y sus razonamientos no son nunca separables de su vida y de su mismo ser. En este sentido, toda la vida de Cristo fue una enseñanza continua: sus silencios, sus milagros, sus gestos, su oración, su amor por el hombre, su predilección por los pequeños y los pobres, la aceptación del sacrificio total en la Cruz para la redención del mundo, su resurrección, son la actuación de su palabra y el cumplimiento de la revelación"**.

Finalmente, es importante señalar que la enseñanza de Cristo es definitiva, también en el sentido de que, con ella, la Revelación de Dios a los hombres en la historia ha tenido su último cumplimiento. Por esto, aunque es posible —y lo será simpre— una mayor profundidad en el conocimiento de Dios y, sobre todo, una creciente fidelidad de los hombres a la verdad cristiana, el progreso cristiano es el progreso en la identificación con Cristo, en vivir de acuerdo con la doctrina que Él nos ha enseñado como Maestro, y el progreso en el vivir más de esa vida que Él nos ha dado como Pastor nuestro.

Las palabras de Cristo no sólo son verdaderas, sino que también producen la vida. Él tiene palabras de vida eterna, como dijera S. Pedro (Cf Jn 6, 68).



* Conc. Vaticano II, Const. Dei Verbum, n. 2.
**Juan Pablo II, Exh. Ap. Catechesi tradendae, cit., n.9.