Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
- Inicio
- 1. La resurrección del Señor
- Síntesis
- 1. La sepultura y el descenso de Cristo a los infiernos
- 2. El hecho de la resurrección de Jesús
- 3. El testimonio del Nuevo Testamento
- 4. Características del testimonio apostólico
- 5. La resurrección de Cristo como objeto de fe
- 6. La exaltación de Cristo como efecto de su Pasión
- 7. El hecho de la Ascensión y su valor soteriológico
- 8. El misterio pascual y el envío del Espíritu Santo
- 2. Jesucristo, Cabeza de la Iglesia y Señor de la Historia
- 3. La segunda venida del Señor en gloria
1. La sepultura y el descenso de Cristo a los infiernos

Los relatos evangélicos de la Pasión incluyen una descripción minuciosa de la sepultura de Jesús (cf. Mt 27, 57-61; Mc 15,42-47; Lc 23, 50-56; Jn 19, 38-42). La misma mención explícita encontramos en Hech 13, 29 y en la síntesis que presenta San Pablo en 1Co 15, 4. La sepultura de Jesús constituye, como es sabido, tema fundamental de la catequesis bautismal (cf. Rm 6, 4; Col 2, 12; Ef 5, 14). Por el Bautismo, se realizan en el bautizado de modo místico los misterios de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, misterios que causan en los bautizados una salvación real.
Finalmente cabe señalar que el cuerpo muerto de Cristo no sufrió corrupción en el sepuLcro, conforme a lo que se dice en Hech 2, 22-31: (David), con visión anticipada habló de la resurrección de Cristo, que no sería abandonado en el hades, ni su carne vería la corrupción. La sepultura de Cristo es consecuencia y complemento de su muerte y, en consecuencia, tiene también carácter salvífico. Cristo es sembrado en el sepuLcro, como el grano de trigo, que cae en el surco y produce fruto abundante (cf. Jn 12, 24).
El inciso "descendió a los infiernos" no se introduce en el Símbolo hasta finales del siglo IV. La primera noticia se encuentra en Rufino de Aquileya, y poco a poco va entrando pacíficamente a formar parte de los diversos Símbolos. En el siglo XIII dos concilios ecuménicos mencionan solemnemente el "descendimiento a los infiernos": el concilio IV de Letrán, donde se puntualiza que "bajó en el alma y resucitó en la carne"*, y el concilio II de Lyón**. A partir de aquí es universal la inclusión de este artículo de fe en los diversos catecismos.
No son muchos ni de fácil interpretación los lugares de la Sagrada Escritura en que se habla del descenso de Cristo a los infiernos. El texto más decisivo es el de Hech 2, 27-31, donde San Pedro cita el Salmo 15, 10 (no dejarás a mi alma permanecer en el infierno), hablando de la incorrupción del cuerpo de Cristo en el sepuLcro y de que su alma no ha sido abandonada durante su estancia en los infiernos. Cf también 1 P 3, 18-20; Rm 10, 6-7.
Puede decirse que el descenso a los infiernos o sheol forma parte de cuanto se contiene en la afirmación de que Cristo "fue sepultado". En efecto, así como la sepultura manifiesta la condición del cuerpo sin vida, el descenso a los infiernos manifiesta que Cristo ha penetrado verdaderamente en ese misterio que se designa con la expresión "reino de los muertos". Jesús está muerto verdaderamente durante tres días: la muerte le ha afectado en toda su humanidad, en el cuerpo y en el alma, en la forma en que afecta a todo hombre que muere. Jesús, durante esos tres días, se encuentra, pues "entre los muertos". Refiriéndose a la resurrección del Señor, el Nuevo Testamento utilizará con frecuencia la fórmula "resucitar de entre los muertos" (Cf p.e., Hech 3, 15; 13, 30; 17, 3).
El descenso, pues, al sheol o a los infiernos, tiene un primer y obvio significado: que Jesús comparte la muerte con los que han muerto, cumple "las leyes" de la muerte, de tal forma que se pueda decir con verdad que resucita de entre los muertos. Pero si se mira más a fondo la tradición bíblica y teológica, el descenso a los infiernos es también expresión de la regia soberanía de Cristo sobre la muerte y sobre los muertos. De ahí que generalmente la teología haya considerado que, en este descenso, Jesús aporta la redención a los justos que ya habían muerto, es decir, que les aplica la redención con su bajada a los infiernos***.
Poco más se puede decir con seguridad de lo que implica la afirmación de que Jesús "bajó a los infiernos". Cada época ha imaginado este "descenso" conforme a sus deducciones antropológicas y a su pensamiento en torno al más allá y al estado del alma separada. Es claro que, sometido a las leyes de la muerte, Jesús sigue siendo el Señor de la vida y de la muerte y, al mismo tiempo, que está verdaderamente sometido a la muerte. Ha sido habitual en la exégesis la interpretación de que su "descenso a los infiernos" tuvo por fin el liberar las almas de los justos que esperaban el santo advenimiento, siguiendo el difícil texto de1P 3,18-19. Los Santos Padres destacan el carácter voluntario de este descenso: bajó libremente, sin que la muerte lo retuviera.
Numerosos autores contemporáneos subrayan lo que este "descenso" implica de sometimiento por parte de Cristo a las leyes de la muerte, es decir, lo que implica de pasividad y de solidaridad con los muertos, sin negar lógicamente que también este descenso al reino de los muertos fue "por nuestra salvación", pero poniendo este efecto salvador más que en una acción, en el hecho mismo del anonadamiento de estar muerto****, en el compartir la muerte como última consecuencia de la obediencia redentora, con el efecto salvífico propio de la víctima ya sacrificada.