Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
- Inicio
- 1. La resurrección del Señor
- Síntesis
- 1. La sepultura y el descenso de Cristo a los infiernos
- 2. El hecho de la resurrección de Jesús
- 3. El testimonio del Nuevo Testamento
- 4. Características del testimonio apostólico
- 5. La resurrección de Cristo como objeto de fe
- 6. La exaltación de Cristo como efecto de su Pasión
- 7. El hecho de la Ascensión y su valor soteriológico
- 8. El misterio pascual y el envío del Espíritu Santo
- 2. Jesucristo, Cabeza de la Iglesia y Señor de la Historia
- 3. La segunda venida del Señor en gloria
5. La resurrección de Cristo como objeto de fe

Los relatos de la resurrección, al mismo tiempo que ponen de relieve que existe identidad entre el cuerpo sepultado y el cuerpo resucitado de Cristo, dan fe de que, siendo el mismo, se encuentra en un estado superior en el que no está sometido a las normales leyes físicas. Así se desprende de la forma en que tienen lugar las apariciones: Jesús entra en el cenáculo estando las puertas cerradas (cf. Lc 24,36; Jn 20,19-26). En el texto de 1 Co 15, San Pablo hablará de la resurrección gloriosa teniendo en mente la gloria que se desprende del cuerpo resucitado de Jesús: se resucita en incorrupción, en poder y en gloria. Se trata, pues, de la corporeidad llevada hasta su máxima posibilidad de glorificación. El mismo San Pablo llamará al cuerpo glorioso “cuerpo espiritual” (1 Co 15, 44), para destacar la diferencia existente entre el cuerpo resucitado y el cuerpo terreno.
Esta diferencia se encuentra presente en la misma naturaleza de las apariciones. Si bien es verdad que se trata de apariciones reales —es Jesús el que se "muestra" a los discípulos—, estas apariciones para ser aceptadas como tales exigen la fe de los apóstoles. El cuerpo de Jesús ya no pertenece a este mundo; por decirlo de algún modo, tiene un carácter sobrenatural. Las narraciones evangélicas destacan las dudas incluso de algunos discípulos que ven a Jesús (cf. Mt 28, 17). Era un verdadero ver a Jesús y al mismo tiempo un don de la gracia*.
La nueva vida de Jesús es ya inaccesible al conocimiento común de los hombres. Él se manifiesta a los apóstoles, que le ven “ con los ojos de la fe”. Porque le ven, pueden testificar con un testimonio que es único**; pero, al mismo tiempo, esa visión es un don de la gracia que, a su vez, han de aceptar por la fe. Jesús dice a Tomás: Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron (Jn 20, 29). Se trata de una auténtica experiencia, que sólo fructifica si es acogida en la fe.
* "Así pues —comenta K. Adam—, lo que los discípulos veían y atestiguaban no era sólo un conocimiento puramente natural, producido por los sentidos. Era también una experiencia íntima sobrenatural, semejante a la experiencia de Cristo que han tenido algunos santos. Más profundamente, consistía en una acción personal del resucitado y era gracia en el mismo sentido en que fue gracia la cristofanía de San Pablo en el camino de Damasco. No era un ver natural, sino un ver gracioso. De ahí que el motivo sustentador y el fondo beatificante de la fe pascual no era propiamente tanto la resurrección como acontecimiento histórico, cuanto Cristo mismo resucitado como persona presente" (K. Adam, El Cristo de nuestra fe, cit., 450).
** En el Nuevo Testamento se distinguen perfectamente las visiones de Jesús que hayan podido tener otros cristianos —por ejemplo, la de Ananías relatada en Act 9, 10—, de las apariciones del Resucitado en cuanto tales, que son situadas a otro nivel. "La experiencia, pues, de que nos hablan es, a juicio de ellos, una experiencia completamente sui generis, diversa de todas las otras experiencias místicas, que pueden ser repetidas indefinidamente y, mucho más aún, diferente de otros fenómenos de entusiasmo religiosos, que pueden ser provocados a voluntad" (M. González Gil, Cristo, el misterio de Dios, cit., II, 308).